A tres semanas del inicio de la invasión rusa a Ucrania, se torna imperioso comprender cuál es el objetivo político de Vladimir Putin, porque es en base a ese plan que lleva adelante la guerra.
Rusia no sólo es el país territorialmente más grande del planeta -tiene una superficie mayor a la de Plutón-, sino que además se halla tanto en Europa como en Asia, con costas en los océanos Pacífico y Ártico.
Esto, que puede suponer una gran fortaleza, también es su enorme debilidad, ya que está escasamente poblado y con fronteras muy vulnerables en el continente asiático.
Es una continuidad geopolítica desde tiempos del Imperio Ruso, pasando por la Unión Soviética y que persiste en esta Rusia post-soviética, una obsesión en cuanto a la seguridad espacial que puede parecer antigua, pero que está presente en la concepción política y militar de los líderes de ese gigante.
Muy probablemente el objetivo inmediato de Putin sea que Ucrania quede reducida territorialmente, perdiendo regiones para crear las dos pseudo “repúblicas populares” de Lugansk y Donetsk, que funcionarán como zonas “buffer”, es decir colchones que eviten el contacto directo.
La Ucrania residual en la que piensa Vladimir Putin, desmilitarizada y tutelada por Rusia, tendría un presidente dócil al Kremlin. En algún momento se especuló con el retorno al poder del expresidente Víktor Yanukóvich, pero esto despertaría fuerte resistencia de la población ucraniana, lo que haría insostenible esta opción, mucho más compleja que la de Lukashenko en Bielorrusia.
Está claro que Vladimir Putin no negociará, sino que buscará imponer condiciones para un cese de fuego. Las fuerzas armadas rusas tienen la capacidad de provocar un daño inconmensurable en Ucrania, tal como se observa con los bombardeos, y la lógica de Putin es la del hecho consumado.
La posibilidad que se mencionó en varias ocasiones sobre la “finlandización” era y es imposible para Ucrania. Finlandia tuvo ese status especial en la Guerra Fría porque no suponía un peligro ni territorio sobre el que pudiera avanzar un enemigo letal, ya que ni noruegos ni suecos tienen ambiciones ni capacidad de conquistar Rusia.
En este sentido, el ejemplo histórico sería la situación que tuvo Polonia durante la Guerra Fría, como un país buffer entre la URSS y Alemania, ya que se temía una revancha germana.
Ucrania limita con países de la Unión Europea y la OTAN y, lo más importante, el Mar Negro, y no está en una situación periférica como la de Finlandia. La Bielorrusia de Lukashenko, ocupada militarmente por el ejército ruso desde 2020, es un ejemplo de sometimiento al vasallaje, al que probablemente aspire Putin para una Ucrania derrotada, humillada, despedazada y desmilitarizada.
La metáfora poética pero poco realista de Ucrania como “puente” es inviable, porque los gigantes hablan directamente entre ellos. Esa fantasía la tuvo el presidente checoslovaco Edvard Beneš en 1945-1948, y terminó mal, teniendo que ceder el poder al Partido Comunista, una herramienta de la política exterior soviética.
Alberto Fernández y su pasión por Putin
Las sanciones económicas seguramente impactarán en el mediano y largo plazo, pero no detendrán a Putin en esta invasión. Son necesarias e inevitables, como una muestra de solidaridad internacional con el pueblo ucraniano.
En 1979 también la URSS tuvo sanciones por invadir Afganistán, que afectaron a la economía y ampliaron aún más la brecha tecnológica que tenía con respecto al Occidente en los ochenta. Sin embargo, es preciso tener presente que esto no provocará el cese inmediato de la guerra, sobre todo en un país con una población tan resiliente.
Una consecuencia no buscada para Putin, en el trazado de sus objetivos, es el fortalecimiento de la OTAN y la Unión Europea, incluyendo a los gobiernos de países que hasta entonces no habían tomado una posición activa en torno a este conflicto que viene desde 2014, con la anexión de Crimea.
El régimen de Vladimir Putin también está perdiendo en el terreno de la guerra comunicacional, en las redes sociales y en la opinión pública fuera de las fronteras de Rusia, tirando por la borda veinte años de financiamiento a partidos antisistema -ultranacionalistas y de izquierda- y a movimientos separatistas en Europa, que no le sirven de soporte para convalidar la invasión a Ucrania.
No obstante, esto ha generado una cultura de la cancelación respecto de la cultura rusa que termina siendo perjudicial e injusta: la responsabilidad de la guerra es de Vladimir Putin y de los principales miembros de su régimen político, no de la población rusa, ni mucho menos de su cultura tan rica, compleja y extraordinaria.
Dostoyevski, Ajmátova, Tolstói, Shostakóvich, Chaikovski, Pasternak, Chéjov, Prokófiev y tantos otros compositores, escritores, ajedrecistas, artistas plásticos, científicos y músicos son parte de la gran cultura universal de la humanidad, que no podemos ni debemos cercenar.
Este conflicto puede tener una rápida escalada que lleve a su propagación más allá de las fronteras de Ucrania, en donde la población está demostrando un compromiso y amor a la patria que quizá Putin subestimó.
No sólo urge la retirada rusa del territorio de Ucrania en esta invasión injustificada, cruel y criminal, sino también evitar el uso del arsenal atómico que causaría desastres inimaginables para la supervivencia de toda forma de vida en el planeta.
* Ricardo López Göttig, profesor titular de grado y postgrado de la Universidad de Belgrano y miembro de su Centro de Estudios Internacionales (CESIUB).