Esta película ya la vimos. Justamente, en abril de 2014, Sergio Berni hizo un desembarco cinematográfico en Rosario. Mil gendarmes, 500 prefectos, helicópteros, tanquetas y derribo de bunkers a la hora de los noticieros. Los barrios más calientes de la ciudad tuvieron sus días de tomar mate en las veredas y chicos jugando a la pelota en las calles. Berni hasta bailó una chacarera con la entonces intendenta Mónica Fein. Fueron dos semanas, tres. Luego, aquel búnker derribado, apareció a la vuelta. El narcomenudeo, el sicariato y las balaceras volvieron al paisaje urbano.
Misma escenografía en 2018. Nueva llegada de gendarmes bajo la gobernación de Miguel Lifschitz y Patricia Bulrrich como ministra de Seguridad. Ayer, Aníbal Fernández, junto al gobernador Omar Perotti y el intendente Pablo Javkin, anunciaron la llegada de unos 400 gendarmes para recorrer los mismos barrios calientes y sobre todo, mostrar presencia en el asentamiento Los Pumitas, en Empalme Granero, el barrio donde el crimen es moneda corriente. Allí, donde el último fin de semana, ultimaron a Maxi Jeréz de 11 años y tres menores recibieron balazos de una ametralladora casera. La muerte del menor provocó una pueblada contra la casa del narco apuntado por lo vecinos, “El Salteño”, y las posteriores escenas bizarras de rapiña. Para evitar el efecto dominó, el presidente Alberto Fernández ordenó el envío de más fuerzas federales.
En medio de la tensión por Rosario, Aníbal Fernández dará explicaciones en el Congreso
La semana pasada, el ataque al supermercado Único, propiedad del suegro de Lionel Messi y la noticia en los portales del mundo ya anticipaba fuertes medidas. El llamado desesperado del propio Javkin a las autoridades nacionales ameritó que la Nación enviara más efectivos. Sin embargo, el ciudadano común, el vecino que padece el flagelo de convivir con las bandas, de la complicidad policial, sabe que todo es maquillaje. Que los aplausos a los gendarmes que caminan sus calles es por un tiempo. Que la decisión política de enfrentar al narco no está. Es solo presencia y control. Primeros días con allanamientos, algunas detenciones, alguna oficina céntrica que está involucrada en la ruta del dinero, pero hasta ahí. El negocio es muy grande para ir a fondo. Los celulares en las cárceles siguen funcionando.
“Se toman una vacaciones los narcos hasta que éstos se vayan”, dice escéptico un albañil que vive a tres cuadras de donde ocurrió la pueblada. Las mujeres fueron las primeras en insultar a la policía. “Cuando los necesitamos y vamos a la seccional está tomando mate, ellos recaudan de los bunker, es de hace años”, dicen con los rostros tapados por miedo a las represalias.
Mientras, desde que Omar Perotti asumió con la promesa de Paz y Orden, en los más de tres años de gestión, en Rosario se cometieron 804 homicidios. Más que una guerra de Malvinas. Historias de vida truncas como las de Tiziana de 14 años mientras lavaba los platos y un disparo le dio en la cabeza; el arquitecto Joaquín Pérez, asesinado mientras guardaba su coche; la bailarina Virginia Ferreyra y su madre, acribilladas mientras esperaban el colectivo; el Oso Cejas, quien recibió un tiro en el pecho al resistirse a que le llevaran el auto, mientras esperaba en la puerta del Hospital Español a que su papá terminara su diálisis; o la leyenda del fútbol local, el Trinche Carlovich, víctima del roba de su bicicleta y el ocurrido la misma tarde de la pueblada en Empalme, donde fue ejecutado de un tiro en la cabeza el mecánico Gustavo Granados cuando salió a mostrar un auto. Muertes impunes, olvidadas por otras muertes.
Justamente, el problema radica en que las bandas, en muchos casos, son narcopoliciales. Tres ministros de Gobierno y once jefes policiales pasaron por Rosario, desde que Perotti asumió. Policía, justicia y política son las patas de la impunidad. Mientras, en los barrios, los vecinos cuentan los días que los gendarmes caminaran sus calles.
Pueden enviar más y más efectivos federales, pero si no hay decisión de desafiar el problema, los enfrentamientos entre bandas, las amenazas a los comerciantes, las balaceras a casas y comercios seguirán. Hace unos años, invitado por la Fundación Libertad, disertó en Rosario un legendario comisario de Nueva York, Raymond Kelly. El ex jefe policial preguntó a las autoridades presentes cuántos policías muertos habías en Rosario. Hubo cruce de miradas y la respuesta fue “ninguno”. “Entonces”, dijo lapidario, “no se está combatiendo al narcotráfico”.