El diplomático y académico singapurense Kishore Mahbubani, en su libro “El nuevo hemisferio asiático” (2013), sostiene que el poder global se está desplazando de manera “imparable e irresistible” hacia Oriente. El continente europeo simboliza un poder que dominó durante siglos, pero que ha perdido dinamismo. Norteamérica mantiene influencia global, pero enfrenta desafíos estructurales. China e India tienen crecimiento económico, expansión demográfica y peso geopolítico. “Europa representa el pasado, Estados Unidos de América representa el presente y Asia representa el futuro”.
Este tipo de afirmaciones categóricas son urticantes, como la de “el fin de la historia” (1992), historia que no termina de sorprender, aunque sin decidirse a finalizar. Por lo demás, Mahbubani es un hombre de Oriente, impregnado por sus laberínticas estrategias. Sin embargo, una vez transformadas en papel y tinta, son repetidas por loros frentiazules endémicos, con órganos vocales flexibles, y cerebros que poseen áreas especializadas en procesamiento auditivo y vocalización.
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Por haraganería o malicia, estremecidos de pasión transitoria, asocian el poder global solamente con el ámbito castrense —se ejerce por coerción directa—, o el económico —por condicionamiento indirecto; crea estructuras de dependencia, define reglas, y premia o castiga mediante flujos de capital, acceso a mercados y control de recursos—. Omiten las dimensiones culturales, normativas o institucionales, tecnológicas y científicas, frente a una categoría analítica que no es ni absoluta ni estática: se disputa, se negocia y se transforma. Sin decir que, quitando un vértice, sólo quedan dos para preferir: EE. UU. y China, uno en el propio continente. Para ser el pasado, Europa está bastante presente; nuestros amplificadores de señal confunden el menú con el calendario.
En un tiempo tan real, la realidad apenas manifiesta cierta tendencia a existir. En consecuencia, para los países como la Argentina, que —para académicos y periquitos— no formamos parte ni del pasado, ni del presente ni del futuro, ni somos Europa, EE. UU. ni Asia, desde la papelera misma de reciclaje, la peripecia europea es rica en episodios de utilidad comparativa, e incluso inspirativa. Darwin decía que es extraño no advertir, que toda observación debe ser a favor o en contra de algún punto de vista, para que sea de alguna utilidad.
Europa ya fue pasado antes, con puntos neurálgicos de poder, países clave, influencias y legados, que fluyeron y mutaron. El imperio romano, el Carolingio y el Sacro Romano Germánico, los marítimos ibéricos. La hegemonía francesa, el imperio británico (y la revolución industrial), la Europa colonial, y su papel como epicentro de conflictos mundiales. Luego llegaron los Estados Unidos y la URSS, y la Unión Europea como potencia normativa.
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No sólo tiene dos potencias atómicas, sino que participa en la estrategia nuclear de la OTAN, lo que la califica como un actor en el equilibrio global. Es uno de los mercados de consumo más sofisticados y regulados del mundo, con 450 millones de consumidores que influyen en tendencias globales. El estilo de vida europeo —que no es universal ni incuestionado—, sigue siendo una referencia especialmente en lo normativo, cultural y ambiental; su incidencia no es tanto por imposición como por atracción, regulación y legado histórico. Europa no domina el entretenimiento global en términos de ingresos, pero sí lidera en calidad, diversidad, innovación de formatos y regulación del ecosistema mediático. Que las afirmaciones categóricas sean urticantes no quiere decir que no vayan a suceder alguna vez, sino que no han sucedido aun y es baldío apurarse.
Durante la mañana del 9 de septiembre de 2024 el expresidente del Banco Central Europeo Mario Draghi, presentó “El futuro de la competitividad europea” a la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen. Es un análisis sobre los desafíos estructurales que enfrenta la economía europea en un contexto de transformación tecnológica, competencia geopolítica y transición energética. El trabajo, un extenso documento de más de 400 páginas, contiene 176 propuestas concretas para fortalecer la competitividad de la Unión Europea.
Draghi empieza sosteniendo que el paradigma global está desvaneciéndose, que baja el crecimiento de la población en la UE, que pasó el ciclo del crecimiento rápido del comercio global, que se ha perdido al principal proveedor de energía —Rusia—, y que el bloque es débil en las tecnologías emergentes que guiarán el crecimiento futuro —sólo 4 de las 50 empresas en el ramo más importantes del mundo son europeas—. Bruselas, megalítica ciudad de cromadas costumbres, avaricia y postura, se encogió en su densa piel de brumas diurnas. Pero el expresidente del Consejo de Ministros de Italia, con sus ojos olvidados de reír, no deseaba que Europa ingresara serenamente en la infinitud, armada con la convicción de que su entrega sería reivindicada en la marea de disolución de los buenos recuerdos. Estaba decidido a hacer un esfuerzo.
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Para digitalizar y descarbonizar la economía y aumentar la capacidad de defensa, hay que impulsar la productividad. Se trata de un desafío existencial: los valores europeos son la prosperidad, la equidad, la libertad, la paz y la democracia en un ambiente sostenible. Si no se pueden proveer a los ciudadanos esos derechos fundamentales, la alianza habrá perdido su razón de ser. No hay ninguna empresa europea con una capitalización de mercado superior a los 100 mil millones de euros, creada desde 0 en los últimos 50 años, mientras que las 6 empresas norteamericanas que valen más de 100 mil millones de euros, fueron creadas en dicho período. Hay que proveer a los europeos de las competencias necesarias para sacar ventajas de las nuevas tecnologías, paso a paso con la inclusión social.
Luego, es menester un plan conjunto entre la competitividad y la descarbonización. La UE es líder mundial en tecnologías limpias, como las turbinas eólicas, los electrolizadores, y los carburantes de bajo contenido de carbono; más de la quinta parte de las tecnologías limpias y sostenibles a nivel mundial han sido desarrolladas allí. También habrá que aumentar la seguridad y reducir la dependencia. Para la producción de chips, el 75/90% de la capacidad global de fabricación de wafer está en Asia. Europa necesita de una política económica exterior para mantener la libertad. Se trata del llamado “statecraft”: conducir los asuntos públicos con habilidad política.
Mientras suceden estos hechos, Polonia y Hungría hacen lo suyo. Dentro de la UE, Polonia es el país que más invierte en defensa, con planes para quintuplicar su número de efectivos respecto a países como España. Solicitó 45 mil millones de euros del nuevo instrumento financiero de defensa (SAFE), más de un tercio del disponible. Además, planea usar fondos de cohesión europeos —destinados a reducir las disparidades económicas, sociales y territoriales—, para su industria militar. Hungría, aunque no lidera el gasto militar, adoptó decisiones con una lógica más nacional que comunitaria, lo que desafía el consenso europeo en política exterior y de defensa: mantuvo relaciones con Rusia tras la invasión de Ucrania, y en términos de armamento, firmó acuerdos bilaterales con países como Alemania y Turquía para modernizar sus fuerzas armadas.
Hay otros trabajos que interactúan con el de Draghi. Uno, es el informe del gobierno neerlandés sobre “El Estado de la Unión 2025”, que ubica a la UE en un punto de inflexión: tiene capacidad regulatoria —el Brussel effect, fenómeno por el cual las regulaciones de la Unión Europea se convierten en estándares globales—, también incidencia geopolítica, y afronta el desafío de actuar unida, reforzando su capacidad militar y tecnológica. También, “El panorama de la tecnología europea en 2025” (State of European Tech 2025), de Atomico —una firma europea de capital de riesgo, fundada por Niklas Zennström, cofundador de Skype, especializada en invertir en empresas tecnológicas—. Son valiosos el informe del Instituto Europeo de Políticas Espaciales (ESPI) sobre centros de datos espaciales; y el de ESPAS (European Strategy and Policy Analysis System), titulado “Elegir el futuro de Europa”.
En 2012, Mario Draghi era presidente del Banco Central Europeo (BCE). Durante la crisis del euro, dijo que el instituto “(estaba) dispuesto a hacer lo que sea necesario para preservar (la moneda comunitaria). Y créanme, será suficiente”. La expresión, que calmó instantáneamente los mercados, se hizo conocida como “hacer la gran Draghi”. En inglés, “todo lo que sea necesario” se dice “whatever it takes”. Hace poco la reflotó Scott Bessent, inversor estadounidense y actual secretario del Tesoro, quien al respaldar al gobierno argentino hizo “la gran Draghi”, un referente simbólico al momento de intervenir para sostener la estabilidad.
Hay otra expresión, muy usada en romanesco, “aridaje”, que transmite la idea de “otra vez sopa”. Inventores, inversores y distribuidores, pican los cerebros de imberbes e impúberes —algunos de cuyos genes están implicados en el desarrollo de la capacidad cognitiva—, y todos repiten que Asia es el futuro, Norteamérica el presente y Europa el pasado, acaso, porque hay textos que rutilan bajo el fácil esplendor de la patraña mundana. Deberíamos informarnos; todo tiene un lado ignominioso; algunas cosas, más.