Desde su asunción, el Gobierno Nacional liderado por Javier Milei sostiene que viene a ordenar el Estado con herramientas del sector privado. Afirman que aplican criterios de eficiencia y racionalización, y repiten constantemente que hay que hacer funcionar al Estado como una empresa. Sin embargo, lo que podemos ver en la dinámica y funcionamiento de la administración pública nacional en este segundo año de gestión está muy lejos de eso.
Particularmente, el accionar del Ministerio de Desregulación y Transformación del Estado, que interviene sobre estructuras y programas con lógica de motosierra, deja en evidencia una falta total de planificación y de comprensión sobre cómo debe gestionarse una organización compleja como el Estado.
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Dicen aplicar herramientas del mundo privado, pero lo hacen sin consultar ni respetar las cuatro verticales básicas de cualquier tablero de mando empresarial adaptado al sector público: economía y finanzas, procesos de trabajo, recursos (humanos y materiales) y comunicación.
Estas áreas deben funcionar en armonía. Si falla, las demás también se ven afectadas. En cualquier empresa privada, un desequilibrio entre estas cuatro dimensiones puede poner en riesgo la continuidad del negocio. Lo mismo ocurre en el Estado: sin planificación integral, la gestión colapsa con todo lo que eso implica para la vida de los ciudadanos.
Recorte económico sin estrategia
El Ministerio de Desregulación y Transformación del Estado actúa con el único objetivo de reducir costos, sin detenerse a evaluar previamente qué tareas realiza cada área, qué equipos están involucrados y cuáles son las consecuencias de esos recortes. Cortan, programas y estructuras sin diagnóstico, sin análisis de impacto y sin una estrategia para el manejo de crisis que genera el cercenamiento intempestivo.
Reducir gastos no es sinónimo de eficiencia. En realidad, al eliminar equipos técnicos clave, se están generando cuellos de botella, demoras y fallas en el servicio que terminan perjudicando a la ciudadanía y encareciendo los procesos a futuro. Lo que venden como ahorro, en la práctica es una desinversión irresponsable.
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La intervención sobre las estructuras del Estado se hizo sin rediseñar los procesos internos. En muchas áreas, directamente se interrumpieron tareas sin definir quién o cómo se continuarán. Esto generó situaciones caóticas: expedientes que no avanzan, trámites frenados, ciudadanos sin respuestas, oficinas sin coordinación. Directores y Subsecretarios con miedo de firmar, etc.
En el sector privado, los procesos de trabajo son el corazón de la operación. Ignorarlos o desarticularlos es una receta segura para el fracaso. En el Estado, con mayor razón, porque afecta a millones de personas. La motosierra aplicada sin entender los procesos no ordena: desorganiza.
Vaciamiento
Otra de las consecuencias graves de esta forma de intervenir es el vaciamiento de equipos técnicos. La desregulación llevó puesta a personas con años de experiencia, conocimiento operativo y compromiso con su función. Se los reemplazó, en el mejor de los casos, por personas sin capacitación suficiente, o directamente no se cubrieron los roles.
En cualquier empresa, si se destruye al equipo de trabajo, se destruye también la capacidad de dar resultados. El mismo principio se aplica al Estado. Sin personal capacitado, con condiciones laborales deterioradas y sin una estructura clara de funciones, no hay forma de garantizar servicios públicos de calidad.
Comunicación marketinera sin gestión
El gobierno, y en particular el Ministerio de Desregulación, pone mucho esfuerzo en construir una narrativa de orden, eficiencia y valentía. Sin embargo, la comunicación hacia dentro del Estado y hacia la ciudadanía es desastrosa. Cambian las reglas sin avisar, no informan con claridad los procedimientos, y nadie se hace cargo de resolver las dudas de los usuarios del sistema.
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En el sector privado, la mala comunicación daña la relación con los clientes y los proveedores. En el Estado, afecta derechos. Personas que pierden beneficios, que no logran hacer un trámite, que quedan fuera de un programa por desinformación, ni hablar de los diferentes sectores económicos de la nación. El marketing no reemplaza a la gestión: vender un relato no es gestionar.
El Ministerio de Desregulación y Transformación del Estado actúa con una lógica de empresa, pero sin aplicar ninguna de las herramientas reales que el sector privado utiliza para gestionar bien. Recortan sin evaluar, desarman sin rediseñar, y venden como “eficiencia” lo que en realidad es improvisación.
Una verdadera gestión eficiente requiere equilibrio entre los recursos, los procesos, la comunicación y la economía. No se trata solo de gastar menos, sino de organizar mejor. Y eso hoy no está ocurriendo.
Lo que están generando no es un Estado más eficiente, sino uno más débil, desordenado y desconectado de la realidad socioeconómica del país. Y ese modelo, tarde o temprano, se vuelve insostenible. Porque la eficiencia real no se alcanza con motosierra, sino con gestión profesional, planificación y sentido común.