La puerta de chapa, sin picaporte, estaba cerrada. Un barral cruzado complicaba el ingreso, pero dos tiros en la cerradura le abrieron paso a una veintena de efectivos de la la División Delitos Complejos y la División de Operaciones Especiales (DOEM) de la Policía de la Ciudad que se escurrieron dentro, armados y preparados para el enfrentamiento con los narcos, que tomaron como base de operaciones el edificio ubicado en pleno Palermo Hollywood, una ex residencia geriátrica abandonada que fue ocupada por familias sin hogar.
La alerta del encargado de seguridad del bar más próximo no detuvo la redada.“¡Policía!”;“¡Métase para adentro!”, “¡Las manos a la vista!”, gritaban los uniformados a los habitantes de la propiedad, mientras avanzaban por las escaleras hacia la terraza. Pintadas, suciedad, ropa colgada de los techos y oscuridad los recibieron en cada uno de los tres pisos hasta que emergieron en la superficie. Dos drones, que vigilaban desde el cielo, captaron la salida. Por fin, y en pocos minutos, el edificio fue controlado por la policía.
Durante la requisa, y con la ayuda de canes rastreadores, los detectives encontraron envoltorios de cocaína y marihuana, listos para la venta. Uno de los dealers intentó ocultarlos tirándolos por la ventana del piso superior. No fue efectivo y los agentes hallaron las bolsas entre chapas del primero.
En esa propiedad, una de las zonas de la Ciudad de Buenos Aires más costosas y con una amplia variedad de bares, boliches y restaurantes de calidad, operaba una banda que reclutaba “trapitos” dedicados al cuidado de coches en las inmediaciones al narcoedificio. Los traficantes “contrataban” sus servicios para cumplir tres roles: “soldaditos”, cuidar las espaldas de los dealers y jefes; “satélites”, vigilar y reportar los movimientos de la policía, y “pescadores”, también se encargaban de conseguir “clientes”.
Los cuidacoches ofrecían a los conductores la droga, y a quienes aceptaban los llevaban hasta el ex geriátrico. La transacción se cerraba en uno de los pasillos internos. Eso sí, ese tipo de venta callejera e improvisada sólo se realizaba los días viernes, sábados y domingos, desde las 23.30 en adelante. De lunes a jueves, la organización sólo dejaba pasar a clientes de confianza.
En cuanto al valor de la cocaína, la banda especulaba según el mercado. Vendían el gramo a 250 pesos hasta las 3 de la madrugada, al traspasar esa barrera horaria, el precio trepaba a los Palermo Hollywood. En cambio, la marihuana siempre mantenía su cotización: 150 pesos los 10 gramos.
Historia. La investigación, a cargo de la jueza federal María Servini de Cubría, logró reconstruir cómo una residencia geriátrica abandonada se convirtió en un “aguantadero” y centro de operaciones para la venta de drogas.
Años atrás, el inmueble comenzó a albergar a personas sin vivienda. En la actualidad, es habitado por alrededor de 25 familias distribuidas en las habitaciones del edificio. Las cocinas y los baños eran compartidos por todos. En el último piso, se encuentra el Salón de Usos Múltiples (SUM), que no terminó de construirse. En ese lugar los narcos habían hecho base.
Según difundió la Policía de la Ciudad en un comunicado, el líder de la toma es conocido como “el Cuervo”, y les cobraba un alquiler de mil pesos mensuales a los inquilinos informales. Un conocido suyo, a quien apodan “el Gordo”, organizó el negocio de la droga en el lugar. Era la persona que conseguía los estupefacientes y el encargado de reclutar “trapitos”.
Esta semana, la policía detuvo a una de las líderes de la organización, que no había sido hallada durante el allanamiento al edificio de Honduras. Con ese arresto, suman diez las detenciones en la causa.