Uno de los grandes atractivos de estos casos pasa por la incomprensión. “Esto no me puede entrar en la cabeza”, piensan muchos. Es justamente esta incomprensión lo que los mantiene en vilo. Así como el rompecabezas busca ser resuelto para paradójicamente luego perder interés al momento de armarlo, un caso de estas características se “sostiene” mediáticamente gracias a esto que nunca termina de comprenderse: “¿Qué le pasa por la cabeza a alguien que hace algo así?”. Pero claro, las respuestas a este interrogante pasan por un camino que difícilmente pueda aportarnos una explicación: la empatía. Se trata de un clásico recurso que solemos utilizar para entender al otro poniéndonos en sus zapatos. El problema es que, comúnmente, creemos ponernos en el lugar del otro cuando esto es una fantasía que resulta en verdad impracticable. Porque, cuando pensamos al otro, siempre lo hacemos desde nuestro lugar y mapa de la vida. Y es desde ahí que resulta muy difícil arribar a alguna conclusión válida. Porque en definitiva la respuesta que me haga sentir “sí, ahora entiendo” es siempre aquella con la que yo me sienta identificado. Y en este tipo de casos difícilmente podamos lograrlo.
*Licenciado en Psicología.
