Christian “Kitu” Molina (28) fue tapa de diario a los 17 años. Pero no por haber ganado un mundial de matemáticas o debutado en la Primera de River. Lo buscaba la policía por un crimen brutal: el del ingeniero Ricardo Barrenechea (46), asesinado de cinco disparos delante de su esposa y sus hijos.
“Kitu” era el líder de una banda juvenil que actuaba en la zona norte del conurbano bonaerense con un nivel de violencia poco habitual. Sus miembros tenían entre 16 y 18 años. No más. Entraban a las casas cuando las familias dormían usando una tarjeta plástica que fabricaban con envases de gaseosas. Así abrían las puertas que no estaban cerradas con llave. Lo que seguía después era una escena de terror: gritos, golpes y disparos ante la mínima resistencia.
El 21 de octubre de 2008, después de acribillar a Barrenechea en el interior de su casa de San Isidro (ver aparte), siguieron robando: entraron a cuatro casas más y hasta se enfrentaron a tiros con un jubilado. Nada los detenía. Ni la muerte.
Molina fue condenado a la pena de 11 años y 10 meses de prisión por 11 robos y un homicidio. Tendría que haber estado preso hasta el 30 de septiembre de 2020, pero en abril de 2017 comenzó a salir porque le anularon todas las sanciones disciplinarias que había recibido durante los cinco años que permaneció encerrado bajo la guarda del Servicio Penitenciario Bonaerense (SPB). Pasó de tener concepto “malo” a “ejemplar 10”. Por esa razón, el juez de ejecución penal Fernando Cardadeiro lo dejó salir.
“Tenemos un montón de oficios judiciales que anulan expedientes disciplinarios. Generalmente, la observación que hacen es a pedido de la defensoría o del mismo juzgado, por una falla o tecnicismo en el armado del parte o algo que no encaje dentro del encuantre legal de la confección del expediente disciplinario”, explica a PERFIL una fuente del SPB.
Cuando se anula el registro de faltas, el detenido sube automáticamente el puntaje, que le servirá después para obtener algún tipo de beneficio extramuro, como ocurrió en el caso de “Kitu”.
El Departamento Técnico Criminológico de la Unidad Penitenciaria Nº 41 de Campana, donde Molina pasó la última etapa de su detención, hizo una evaluación de su compartamiento y desaconsejó su libertad.
En el informe, al que tuvo acceso PERFIL, se destaca que “no registra sanciones disciplinarias, debido a que las mismas han sido anuladas mediante orden judicial en su totalidad, obteniendo un concepto malo”.
Además, se señala que “el interno no logra adaptarse a las normativas imperantes” de la cárcel, “generando malestar con sus pares e incitando a los mismos a tomar una conducta negativa para generar conflictos en la convivencia”.
Sobre el tratamiento de reinserción, el escrito revela que “durante algunos períodos aprovechó favorablemente su tiempo de detención con activades laborales y/o educativas, aunque en el presente no se encuentra inserto en ningún programa, considerando ello un factor de involución en la ejecución de su pena”.
El acta de evaluación penitenciaria se firmó en agosto del año pasado, a partir de un pedido de libertad condicional realizado por su defensora.
En abril de 2017, “Kitu” había sido incorporado al régimen de salidas laborales. Hasta noviembre de ese año salió de la cárcel 18 horas mensuales y el tercer fin de semana de cada mes. A partir de noviembre el beneficio se amplió a 24 horas más otras seis que llevaba en total el traslado desde su domicilio en Ciudad Evita hasta el penal de Campana.
Pero “Kitu” no cumplió el acuerdo. En marzo de 2018 le revocaron la medida por “no encontrarse en el domicilio denunciado”.
Pese a que había violado el beneficio, el 10 de junio pasado fue excarcelado con tobillera electrónica. No soportó mucho el encierro domiciliario. El 15 de julio el sistema de monitoreo advirtió que el aparato había dejado de funcionar y automáticamente se ordenó su detención.
“Kitu” permaneció prófugo hasta el miércoles 25 de septiembre, cuando lo detienen en la localidad bonaerense de Haedo, después de enfrentarse a tiros con una cuadrilla policial. Con otros dos hombres había tomado de rehén a una mujer de 63 años que justo salió a pedir auxilio cuando pasaba una patrulla por la puerta de su casa, en las calles Milán y Conesa. El criminal juvenil más temido de la década pasada no solo estaba libre; había vuelto a empuñar un arma.
En todos estos años, y debido a sus reiterados problemas de conducta, Molina pasó por 16 cárceles distintas. Desde el 30 de septiembre pasado permanece detenido en la Unidad Nº 35 de Magdalena.
El peor de todos. Por su frialdad, “Kitu” llegó a ser comparado con el criminal argentino más despiadado de todos los tiempos: Carlos Eduardo Robledo Puch (67), el ladrón que en los años 80 mató a 11 personas, casi todas por la espalda.
En Ciudad Evita, donde nació y armó su banda, recuerdan que su carrera delictiva comenzó mucho antes de que su apodo apareciera en los principales titulares de los noticieros del país. En agosto de 2006, cuando tenía 15 años, mató a Damián Orellana porque lo había traicionado. Lo atacó a tiros a la vista de todos, quemó su cuerpo y lo tiró a la basura. No terminó preso porque era inimputable.
Un año antes de matar al ingeniero Barrenechea fue señalado por el asesinato de Oscar Barraza, un remisero que fue ejecutado de 14 disparos. Nada más. Y nada menos.
Rehenes, tiros y muerte, el recuerdo de un caso brutal
El asesinato del ingeniero Ricardo Barrenecha (46) despertó una enorme conmoción en el país y reinstaló el viejo debate sobre los menores involucrados en delitos.
Barrenechea, su esposa, sus cuatro hijos y la empleada doméstica estaban descansando cuando los delincuentes entraron a robar a su casa.
Pese a que el ingeniero les dio una importante suma de dinero, los ladrones no se conformaron y reclamaron más, hasta que antes de irse le efectuaron cinco disparos que le provocaron la muerte e hirieron a uno de sus hijos, que en aquel entonces tenía 17 años. La banda había llegado al lugar en un viejo Renault 12 sin papeles que había comprado por 500 pesos. Era parte de un plan delictivo que repetían para que no pudieran identificarlos.
Tras el crimen, y mientras la policía montaba un operativo cerrojo en la zona, la banda de “Kitu” desvalijó otras cuatro casas y mantuvo un enfrentamiento armado con un jubilado que resistió el asalto.
La increíble seguidilla de robos en la zona alimentó una fuerte sospecha que indicaba que los chicos contaban con la cobertura de los policías que patrullaban la zona, algo que nunca llegó a probarse.
“Kitu”, señalado como el cabecilla de la banda, pasó cerca de un mes prófugo hasta que cayó en la puerta de un local de McDonald’s de Castelar cuando intentó robarle el auto a una mujer. Increíblemente, no lo detuvo la policía sino un grupo de vecinos que después lo entregó. No sabían de quién se trataba.
Un grupo de amigos que sembró el terror
La banda juvenil que lideraba “Kitu” estaba conformada por no menos de seis adolescentes de entre 16 y 18 años. Eran todos amigos. Se conocieron en Ciudad Evita, en la villa de emergencia conocida como Puerta de Hierro. Actuaban en San Isidro, San Justo y San Martín.
En el barrio les gustaba ostentar. Se sacaban fotos con la plata que robaban y las armas que utilizaban para dar sus golpes, algunas de ellas de grueso calibre como ametralladoras Uzi y pistolas 45.
Casi todos los vecinos sabían de sus fechorías porque tanto “Kitu” como sus secuaces vendían los botines en la zona. Ofrecían desde costosos relojes hasta computadoras y televisores LCD.
Daniel Danese (29) es el único de los integrantes que no fue juzgado por un tribunal de menores porque cuando lo detuvieron tenía 18 años. En noviembre de 2011, lo condenaron a 38 años de prisión por seis robos en San Martín (Santos Lugares y Sáenz Peña) y cinco en San Isidro (Las Lomas, Acassuso y San Isidro).
“Kitu” recibió una pena mucho menor: once años y diez meses de prisión. Otro joven de la misma edad fue condenado a ocho años y el más chico de todos, de 16, a 13 años. Como eran menores, los jueces aplicaron la escala penal de la tentativa, que reduce el monto de la pena a la mitad de los años que les hubiese correspondido si hubiesen sido mayores.