POLICIA
una ocupación para pocos

“La cara cruda de la muerte”: cómo es el trabajo de los limpiadores de las escenas más horrendas

No son peritos, fiscales ni policías, pero se dedican a limpiar lugares donde se produjeron muertes violentas o hallaron cuerpos en estado de descomposición. Se encargan de eliminar todas las bacterias, fauna cadavérica, restos fisiológicos y partículas de sangre.

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Borradores de huellas. La tarea no pasa por buscar ni analizar evidencias, sino dejar en perfectas condiciones el sitio donde se produjo una muerte violenta. Roberto Molina cuenta cómo es el trabajo. | shutterstock

Peritos, policías, fiscales, jueces, médicos y hasta testigos y familiares de la víctima. Son todos agentes que uno puede imaginarse en la escena de un crimen, pero hay otras personas que no solo intervienen en la misma, sino que su función es clave y hacen lo que pocos se animarían: limpiarla, despojarla de toda bacteria, fauna cadavérica, restos fisiológicos y cada partícula de sangre.

Se trata de los limpiadores de las escenas de siniestros, quienes irrumpen cuando obtienen la orden judicial y luego del trabajo de los detectives del Gabinete de Homicidios y expertos de la Policía Científica. A diferencia de estos, su función no radica en buscar, levantar y analizar evidencias, sino en dejar en perfectas condiciones el sitio donde se produjo una muerte violenta, ya sea un crimen, un accidente o un suicidio.

Si bien es un área cotidiana en varios países, como por ejemplo Estados Unidos (de hecho, hay un capítulo de la popular serie Los Simpson donde la temática es uno de los ejes principales del episodio), en Argentina recién empezó a ganar popularidad en los últimos años y aún no hay un cúmulo de empresas que se dediquen a ello de manera exclusiva.

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Tanto Diego Muzio, consultor psicológico especializado en trauma complejo y director fundador de A Fondo Higiene, como Roberto Molina –dueño de una empresa de fumigación– ofrecen este tipo de servicio y dialogaron con PERFIL sobre su peculiar trabajo.

Diego contó que su primera experiencia fue tras el atentado en la Embajada de Israel en 1992, y se dio casi por casualidad ya que poco antes, con la empresa que tenía, que se dedicaba a la limpieza de fin de obra, le ordenaron la casa al periodista Bernardo Neustadt e iniciaron una relación. 

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Luego del ataque a la AMIA, se puso en contacto nuevamente para que trabajaran sobre un departamento en las proximidades del lugar, que había culminado con daños colaterales y había varias necesidades a cubrir. Allí notó que había una posibilidad oculta, una tarea de la que nadie se ocupaba, y se interiorizó en ella. 

“Hay pocas empresas con lo que yo hago y no es que se me ocurrió, sino que apareció y surgió a partir de la demanda. Lo fui diseñando”, relató Muzio, y aclaró que su función “no es ir y limpiar sino asistir. Tiene más que ver con la asistencia propiamente dicha. Hablo con los familiares de las víctimas, hay un abordaje de contención primaria porque no deja de ser una asistencia humanitaria. Estos casos irrumpen en el transcurrir cotidiano de las personas, generan estrés. Tengo una formación en este tipo de escenarios, y después me especialicé”.

Además, recordó que el primer trabajo que le ofrecieron lo rechazó porque le “sorprendió que fuera un suicidio”. “Era una disyuntiva cobrar por eso. Al rato me lo replanteé porque no podía dejar de asistir al hombre que me llamó, y me comuniqué con él. No es que me aprovechaba de su situación sino que lo ayudaba con su problema. Fui entendiendo en qué circunstancias tenía que trabajar, comprendí que es un servicio que se brinda y un servicio a la comunidad”. 

Nisman | Reconstruyeron en 3D la “escena del crimen”

Diego, cuya escena que más lo impactó fue un pacto suicida entre un policía y una gitana, aclaró que no tienen relación con los peritos y nunca hallaron algo que se les hubiera pasado por alto a ellos. 

Sobre el trabajo propiamente dicho (que suelen hacer en Capital Federal y Buenos Aires, aunque también fueron contratados en otras provincias), indicó que se sanitiza todo el ambiente y que cada caso es particular, con escenarios distintos. “Hay veces que el entorno es anormal. Eliminar la sangre y los fluidos puede demorar dos horas, y también depende de cuánto tiempo estuvo el cuerpo. Se suma a veces un estadio previo como los acumuladores, y es un caos ya que ahí hay que ordenar, descargar, tirar residuos”. Puntualizó que “cuanto más absorbentes son los pisos, más difíciles son de tratar. En los de parquet, en muchas ocasiones hay que levantar las tablas”.

“No soy el doctor muerte”

Los meses de verano es el período de más demanda, ya que “mucha gente queda sola” y muere sin que nadie lo detecte por varios días. Sin embargo, cumplen funciones todo el año. “No es que haya mucho trabajo, pero hay. No hay una unidad entrando y saliendo todo el tiempo y nos manejamos con dos o tres casos semanales, aunque puede haber semanas sin nada”. 

En cuanto al equipo conformado para la peculiar tarea, Muzio explicó que “algunos a veces renuncian y arranca gente nueva, que se los forma. Yo les cuento lo que hacemos y desdramatizo la situación”. 

Claro que acepta que se trata de una faena con un alto condimento de morbo adherido. “El morbo moviliza, la incertidumbre de la muerte genera preguntas. Te topás con la cara cruda de la muerte, con los restos de un cadáver. Hay muchos interrogantes en las personas. Para mí es un trabajo como cualquier otro, lo planteo desde ese lado. No soy el doctor muerte. Trabajar con la desgracia de otro es como el periodista que cubre un accidente. No me aprovecho de su situación sino que ayudo”.

La escena del crimen era "horrenda y desgarradora"

Roberto Molina se dedica desde hace más de dos décadas al control de plagas y junto a él trabaja un ingeniero químico que firma los certificados. Gracias a un seminario de fumigadores que él hizo en París, se enteró del trabajo de limpieza post mortem y se interesó. “Me explicó cómo funcionaba y dijo que nadie lo hacía acá ni en Latinoamérica”, dijo en una charla con PERFIL.

A diferencia de Diego, él sí se topó con una evidencia durante una limpieza. “Se trató de un suicidio en una pelopincho, que estaba llena de sangre. Se hizo largo y duro, la vaciamos y en el fondo estaba el cuchillo. Lo agarramos de la hoja con guantes, lo metimos en una bolsa y se lo dimos a los peritos”.

Molina asegura que habla antes con los allegados del fallecido para conocer más detalles. Si murió en la cama, por ejemplo, “hay que embalar el colchón y llevarlo a residuo patológico. Pero si falleció en el piso, hay que ver si es parquet o cerámica. Si fue en parquet, hay que tirar un líquido porque los fluidos y la sangre entran dentro y hay que sacarlos”. “Nuestro trabajo –dice– es la sangre y los desechos que larga el cuerpo. Matamos la bacteria con productos químicos y no limpiamos toda la casa, sino donde aparecieron los restos. Es algo puntual que lleva unas dos horas. También fumigamos porque hubo un cadáver mucho tiempo y las ratas entran. En cuanto a la sangre, se levanta con espátula porque se coagula. No usamos agua porque se desparrama y en las paredes tiramos amonio y rociamos a dos metros”.

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Roberto Molina en una de las escenas dónde le tocó trabajar.

Indicó que, “aunque a veces hay más, la sangre siempre es la misma. El tema es el tiempo que está ahí. Si se agarra rápido, no hay tanto olor pero si se deja mucho tiempo hay que tener en cuenta las plagas que podés encontrar, como moscas, ratas, cucarachas y gusanos”.

Y narró que “al principio me costaba dormir, no sabía con qué me iba a encontrar, pero después te vas acostumbrando. No es para cualquiera. Me gusta el laburo, lo disfruto. Ser sepulturero es peor, o bombero, que sacan pedazos humanos. Esto es una limpieza”.

Espíritus en una fábrica 

Una anécdota llamativa que cuenta Molina ocurrió en una fábrica: “Un empleado mató al gerente y mientras hacíamos la limpieza, todos salieron. Al terminar, hago la revisión final para que no quede ni una gota de sangre y escucho una voz. Pensé que alguien controlaba por cámaras, pero no había nadie. Se lo comenté al sereno y me dijo que varios se fueron por ese motivo. Yo creo en los espíritus que no despegaron. Son personas que se mataron o las mataron”.

Yendo al trabajo en sí, indicó que “muchas víctimas no tienen familiares y de la muerte se entera un vecino por los olores fuertes, ácidos. Primero llega la policía, después los bomberos y el fiscal para ver si fue un deceso dudoso. Clausuran el lugar con consigna y después llegamos nosotros, con un permiso del juzgado”.

LN