La jueza de Instrucción Alejandra Rodenas lleva adelante las causas más críticas de Rosario: el crimen del empresario Luis Medina, el homicidio de Diego Damarre –por el que está procesado uno de los líderes de Los Monos– y hace poco heredó la polémica investigación que comenzó con el asesinato de Luis “Fantasma” Paz y terminó con la detención de gran parte de la familia Cantero por asociación ilícita. Tres casos íntimamente ligados al narcotráfico por los que la magistrada recibió amenazas, pero también la solidaridad del Ministerio de Seguridad y un sector de la Policía.
Rodenas habló con PERFIL luego de tomar otra decisión difícil: este viernes procesó como partícipe necesario de la organización delictiva a Máximo Ariel Cantero, considerado extrajudicialmente como jefe del temido clan que domina el sur de la ciudad. “No soy una heroína. Tengo un compromiso muy grande con el debido proceso ”, suele repetir.
—¿Cómo llegó Rosario a tener un índice de criminalidad tan alto?
— Cuando entré al Poder Judicial, en los 90, la fotografía de Rosario era de una ciudad totalmente vivible. Inclusive, mucha gente de Buenos Aires se venía radicar a esta zona. Había, por supuesto, delitos y conflictos intersubjetivos pero no estos movimientos narcocriminales. En una lectura sociológica puedo decir que Rosario dio un salto cuanti y cualitativo. Recibió un proceso de migración interna y creció en términos de desarrollo, se convirtió en un polo comercial, industrial importante y eso generó que se abrieran escuelas, hospitales y una serie de servicios que los pueblos vecinos no tenían. Pero la concentración urbana genera nuevos perfiles de criminalidad. Esto, sumado al asentamiento de grupos vinculados al fenómeno del narcotráfico, generaron nuevas economías delictivas. Las viejas bandas, de las cuales los Cantero son precursores ya que lideraban la zona sur de la ciudad desde los 80, advirtieron un negocio mucho más rentable. Alrededor de ellos se concentran una serie de seguidores que en cierta forma, los empiezan a idolatrar. Ellos brindan protección armada hacia afuera y mantienen el statu quo de los barrios hacia adentro. Estas bandas empiezan a tener engranajes cercanos a sectores de poder, empiezan a jugar un rol muy fuerte en el lavado de dinero, tienen vínculos con el mundo del deporte y sus soldaditos, en vez de seguir en la escuela, creen que es más rentable ser un soldado narco. Esa fisonomía de esa ciudad potente, industrial, comercial, con un profundo enclave en la vida cultural, se empezó a desfigurar. Cuando yo ingreso al fuero penal, este fenómeno no era tan visible, sino que empezaba a gestarse muy subterráneamente. La crisis del 2000 no fue sólo económica, sino que notamos que algo se había roto en el tejido social que no pudimos volver a reconstruir.
—¿Advierte el malestar social?
—Sí. Perdieron aquello que tenían que era vivir en una ciudad segura donde se podía salir a caminar sin ningún tipo de problema. El rosarino comenzó a preocuparse seriamente. Por eso, estamos frente a un desafío. Rosario está atravesada por el narcotráfico pero estamos a tiempo de solucionarlo. Lo primero que hay que hacer, es reconocer el conflicto. Hoy, no contamos con estadística criminal seria. Tenemos que saber qué fenómenos criminales tenemos que atacar, por qué y cómo. Y hacerlo en conjunto todos los poderes del Estado, de lo contrario, el fenómeno del narcotráfico va a seguir creciendo. Hablamos de Los Monos, pero no son la única organización narcocriminal en la zona.
—¿Tiene conciencia del peligro al que está expuesta?
—Sí. Los temores existen, sería muy torpe no reconocer cuáles son mis límites y tampoco tengo una actitud heroica. Aquí no hay lugar para superjueces porque esto es una tarea colectiva.
—¿Tiene mayor complejidad la investigación de los crímenes ligados al narcotráfico?
—Claro que sí. Hay cuestiones que aparecen transversalmente como puede ser el lavado de dinero o el desarme de autos. Hay un blindaje sobre este tipo de homicidios. Hay pactos de silencio y situaciones mucho más aceitadas que en un asesinato común.
Jueces en el barro
“A los jueces nos está faltando recomponer el lazo del Poder Judicial con la sociedad que se rompió con la crisis hace más de 15 años. De alguna manera, nos fuimos aislando, pero creo que estamos en un momento bisagra”, dice Rodenas.
“Hay muchas críticas que se hacen a la Justicia, que la Justicia tiene que empezar a escuchar. Esta situación de privilegio en la que se sienten algunos jueces, este desapego acerca de personas que están sufriendo o mirar la realidad como si fuera ajena. El juez tiene que hacerse cargo de la realidad que le toca vivir y actuar en consecuencia. Cuando te toca meter los pies en el barro, no te podés hacer el tonto. Ese lugar casi sagrado del juez en su despacho, encerrado, sin ver la realidad, sin que la realidad lo interpele, es un lugar que hay que abandonar”, comenta la jueza.
“Creo que debemos hacer una fuerte revisión del rol de cada uno de los poderes del Estado y un trabajo mucho más coordinado del que venimos haciendo hasta ahora”, agrega.