Violento, arrogante, celoso y deprimido. Varias caras en sola personalidad. Fernando Farré estalló este viernes y asesinó a su esposa y madre de sus tres hijos, Claudia Schaefer, en el country Martindale de Pilar.
Farré se había acostumbrado a codearse con figuras de renombre nacional e internacional. Sus cargos en multinacionales del mundo de la cosmética eran la llave para ingresar a un círculo farandulesco donde reina la excéntricidad, las imposturas y el lujo.
Sus antecedentes académicos respaldaban su destacada trayectoria profesional: directivo en Avon, Loreal y Coty. Se había graduado en la Universidad Católica Argentina, había realizado un máster en negocios (MBA) en la universidad Thunderbird en los Estados Unidos y habla tres idiomas: inglés, francés y portugués.
Ante extraños y conocidos Farré prefería mostrarse como un hombre de familia y ligado a valores tradicionales. Solía hablar loas de sus hijos y su mujer, también se jactaba de sus cargos en las empresas y reconocerse como fiel católico.
Pero el resplandor de los eventos nocturnos en círculos empresariales, los viajes de placer por Europa y Estados Unidos nunca taparon la mala relación que mantenía puertas adentro con su mujer, Claudia Schaefer. El requebrajamiento del vínculo entre ambos estuvo acompañado por ciertos fracasos laborales de Farré.
"Él no quería retirarse de su casa porque estaba sin trabajo y deprimido", explicó Mariana Gallego, exabogada de Fernando Farré.
La relación se había tornado traumática, a tal punto que Claudia había resuelto denunciarlo por violencia de género y tenía orden de restricción en su contra, que luego fue levantada. "Él era un cargoso, celoso, la maltrataba todo el tiempo, había gritos constantes", contó María empleada doméstica de la familia Farré a TN.
Nicole, Thomas y Marc padecieron los tormentos en carne propia. Los incidentes maritales repercutían en sus tres hijos: “Se están volviendo locos y no comen", señaló.