POLITICA
retroceso social

2,7 millones de pobres más por la inflación

Roberto Lavagna afirma en un artículo exclusivo para PERFIL que la inflación “real” refleja “el fracaso de la política económica del periodo 2006-2009”.

default
default | Cedoc

La actual situación social, política y económica. Una foto de la Argentina actual nos diría que la situación social presenta patrones de pobreza superiores a los que fueron habituales en décadas precedentes; que en el plano político hay una democracia que ha realizado sus sextas elecciones presidenciales desde la recuperación institucional en 1983 y que su economía ha tenido una caída del producto bruto en 2009 con una recuperación de esa pérdida en 2010. Ello en un marco de aceleración de la inflación, debilidad de la inversión, escasa creación de empleo y fuerte debilitamiento de las cuentas públicas.
Lamentablemente, las fotos revelan el presente pero muy poco del pasado y, sobre todo, muy poco de la “dinámica” que conduce al futuro. El presente fotográfico capta sólo un instante, una expresión, una mueca muda. Si a esa rigidez se agregan –figurativamente– técnicas de retoque que la tecnología actual hace posible (sirva como ejemplo el control y falseamiento del Indec), podemos encontrarnos frente a una realidad más parecida a un montaje teatral que al mundo vivo, real, dinámico.
En efecto, si no queremos perder una parte sustancial de aquello sobre lo cual hablamos, reflexionamos o actuamos, hay que introducir la realidad del movimiento. Es eso lo que nos aporta la dinámica propia de todo cuerpo vivo. En este caso, la dinámica del cuerpo vivo colectivo que es una sociedad.

Con esa visión “dinámica” muchas cosas son distintas: la situación social se fue deteriorando sin pausa y con prisa durante tres décadas, desde mediados de los años 70, en que la pobreza representaba el 4% de la población total, hasta llegar a la crisis casi terminal de fines de 2001 e inicios de 2002, momento en que la ficción de lo que fue el plan económico de la convertibilidad se derrumbó sobre nosotros. Desde aquel negro pozo, cuando más de la mitad de la población argentina se ubicó por debajo de la línea de la pobreza y muchos de ellos cayeron en la indigencia, se inició una recuperación sostenida que duró, hasta mediados de 2006. A partir de ese momento la inflación, esa máquina de crear pobres y destruir la clase media, se encargó de frenar la mejoría, primero, de volver lenta pero sostenidamente a empeorar las cosas, después. La pobreza dejó de bajar y se ha ido expandiendo.

Esto no les gusta a los autoritarios
El ejercicio del periodismo profesional y crítico es un pilar fundamental de la democracia. Por eso molesta a quienes creen ser los dueños de la verdad.
Hoy más que nunca Suscribite

La situación política es menos halagüeña de lo que parece. Dos de los cinco gobiernos electos –ambos no justicialistas– (el sexto no culminó aún su período) no terminaron su mandato y cayeron en medio de crisis; dos forman parte de una sucesión a sí mismos, y otros dos se sucedieron a sí mismos por interpósita –conyugal– persona, todos ellos liderados por alguna versión del justicialismo. A su vez, elección tras elección, se reduce la cantidad de gente que ejerce el derecho y cumple con la obligación de votar, habiéndose llegado al punto insólito, malsano y preocupante de que en la elección de octubre de 2007, más de un millón y medio de ciudadanos no votaron o lo hicieron en blanco.

Son muchas las razones que podemos enumerar para analizar esta falta de voluntad para participar del proceso electivo de autoridades pero, si optamos por ser sintéticos, es suficiente con decir que no hay olor a santidad en cada elección. Todo lo contrario, flotan en la sociedad un sentimiento y una percepción de manipulación que en ciertas circunstancias se hacen reales y evidentes, configurando situaciones de fraude abierto. Sí, todo aquello que creíamos posible en los años 30 reaparece ocho décadas después, cuando no estamos preparados para creerlo y mucho menos para enfrentarlo.

Completando este grave cuadro, el Congreso no goza de los atributos que le confiere la Constitución y el Poder Judicial está casi a tiro de decreto, vía un Consejo de la Magistratura donde el Ejecutivo lleva la voz cantante o, como mínimo, la capacidad de bloqueo de las decisiones. La provincias son consideradas como tal, siempre y cuando pasen por el poder central en busca de fondos para cubrir sus necesidades y los municipios –cada vez con mayor frecuencia– usan puentes para pasar por encima de las autoridades provinciales para buscar calor político y fondos en la Nación, lo que hace que los gobernadores se conviertan en lo menos gobernantes posibles, no mucho más que mendicantes, claque del poder central. Partidos políticos, casi no quedan, y programas e ideas, menos aún. Pues si de partidos se trata, sólo parecen estar para intervenirlos, para enterrarlos o para usarlos en fantasías e ingenierías político-electorales, al servicio de una persona o de un grupo.

La situación de la economía no es sustancialmente distinta de las anteriores y brilla poco bajo las luces y el sonido de las cámaras que registran dinámicamente la realidad. A fines de 2007 la economía parecía marchar, pero ya entonces, se encontraba mucho más débil que a fines de 2005. Dos años después, en 2009, ese debilitamiento se hizo evidente, dejando de ser sólo un caso de percepción entre especialistas. La oportunidad que construimos con gran esfuerzo entre todos durante el período 2002-2006 se ha perdido y debemos volver a empezar. En menos de dos años (2006-2007) el superávit fiscal genuino se redujo a menos de la mitad y en otros dos (2008-2009), se transformó en el casi tradicional déficit de las cuentas públicas del país. El superávit de las cuentas externas se achicó sustancialmente, primero y se recuperó luego, sobre la base de la malsana y arbitraria restricción de las importaciones. La inversión, sobre todo la productiva, vio derrumbarse su tasa de evolución desde 2006, la creación de empleo se hizo más lenta y, finalmente, la desocupación volvió a superar el once por ciento.

La inflación real –no la del cuento desfachatado del Indec oficial– se aceleró hasta duplicarse y la distribución del ingreso, como no podía ser de otra manera, empeoró: 2,7 millones de pobres más son el reflejo del fracaso de la política económica y social del período 2006-2009.
Dicho de manera simple, las cuentas públicas –en pesos– están más flojas, las de las provincias, decididamente mal y las cuentas con el ex-terior –en dólares o divisas fuertes–, debilitándose. Los inversores, tanto nacionales como extranjeros, invierten menos, lo que ha provocado que, por un lado, se haga más difícil conseguir empleo –especialmente de calidad– y, por otro, que más de 60 mil millones de dólares hayan salido del circuito económico desde 2006 hacia el exterior lejano o cercano, o se hayan guardado en cajas de seguridad o debajo de los colchones, provocando, en definitiva, una reducción de los fondos destinados a la inversión y a la producción.

Los precios, tal como dice la teoría, suben más rápido que lo normal, porque hay más presión de demanda por decisiones políticas erradas, exceso y mal gasto público y menores niveles de oferta, ya que el sector privado tiene bajos niveles de confianza como para invertir más. Los que más tienen se las ingenian para evadir el impuesto inflacionario que se come el poder de compra, y los más hábiles, o mejor conectados, ganan mucho más. Por el contrario, la enorme mayoría que vive de un salario, de una jubilación o de los ingresos de un pequeño empresario nacional deja parte de sus ingresos en el Estado, responsable único de la emisión de moneda.

Muchos, en particular los gobernantes, tienen la debilidad de preferir la fotografía a la película. La visión estática a la visión dinámica. El problema es que el mañana, el inmediato o el más lejano, no es como lo describe una foto. Esta, comparada con la realidad dinámica, termina siendo parcial y, por ende, mentirosa. Casi una bucólica postal de esas con las que nos venden a cualquier mortal un tiempo compartido en el paraíso.
El mañana real tendrá más parecido a lo que exhibe la película, la dinámica, que a lo que suelen mostrar los hechos estáticos, lo que es de por sí contradictorio: un hecho es producto de un proceso y, por lo tanto, tiene movimiento, causas y consecuencias que no se captan con un mero clic.
Sin embargo, tenemos un país y un sistema que acumulan fracasos en materia de pobreza y distribución del ingreso.
En las últimas cuatro décadas, el crecimiento ha sido insuficiente, inestable y concentrado, lo que ha provocado que la pobreza sea, en proporción, mayor que en los años 70 y que en los últimos tres años se haya agravado, transformándose en un flagelo de carácter institucional. Paralelo a ello, la fragilidad institucional es un problema cada vez más dramático: aumenta la inseguridad, se incrementan los niveles de narcotráfico y la educación y la salud han dejado de ser prioritarias. Por otro lado, la permanente oscilación entre extremos seudoideológicos ha hecho de la política un campo de batalla donde quien gana no dialoga, sino que se apodera y abusa de todo el poder hasta su derrumbe.

Resultaría sencillo explicar esta realidad haciendo responsable solamente al Gobierno actual –o a cualquier gobierno de turno– pero sería, sin embargo, falso. Desde ya que las autoridades actuales tienen mayores responsabilidades por ser gobierno y por ser, por tanto, administradores de posibilidades, pero no están solos frente a la responsabilidad. Hay una responsabilidad colectiva, que no incluye a todos los ciudadanos que luchan por resolver sus problemas cotidianos, pero sí al conjunto de la dirigencia: la política, la empresarial, la sindical, los medios de comunicación, los intelectuales, etcétera.
Hay, en definitiva, un problema cultural de la dirigencia en general y del gobierno en particular.
Seguramente, la cuestión cultural tiene muchas dimensiones, pero hay un aspecto que, desde mi punto de vista, tiene una marcada relevancia: la mirada puesta sólo en el corto plazo; el predominio del “parche” por encima de la solución, el famoso “lo atamos con alambre” preferido por sobre la solución planificada y duradera; la demagogia de dar alivio hoy y comprometer el futuro, que puede ilustrarse en muchos ejemplos recientes.

Un segundo aspecto de tipo cultural es ignorar que aun dentro de esa visión errada de “pan para hoy hambre para mañana” –la dominada por el corto plazo– se puede hacer menos daño si las prioridades fueran las correctas. Claro está que, para eso, hay que reconocer que el principio de gobernar es fijar prioridades correctas, precisamente lo que no ocurre. ¿O acaso alguien cree que dentro de la escasez de recursos tiene prioridad malgastar dos millones de dólares diarios en Aerolíneas Argentinas en lugar de aplicarlos al dengue? ¿O es que acaso alguien cree que el dengue ha desaparecido mágicamente?

Cortedad de miras y desconocimiento de la idea de prioridad o su fijación de manera incorrecta son elementos que explican una parte sustancial de esta anomalía argentina: la de un país potencialmente rico, grande, atractivo para vivir, para estudiar, para invertir y este futuro chato, nebuloso, que avizora buena parte de sus habitantes. Estos errores cuestan mucho y, en el seno de la sociedad, cuestan mucho más a quienes menos tienen.

La globalización como peligro o como oportunidad. En un mundo crecientemente globalizado, aislarse equivale a exponerse al atraso y a la irrelevancia. No menos cierto es que abrirse sin una estrategia nacional equivale a renunciar a la posibilidad de crecimiento y progreso social.
Si la globalización tuviera que expresarse gráficamente, con seguridad se recurriría a una esfera.
En una visión ideal, puede representarse con una esfera lisa y perfecta, donde la distancia mínima entre dos puntos tiene una sola solución, un solo camino.
La realidad, en cambio, está lejos de esa visión. Una nuez es también una esfera, pero rugosa, y en ella la distancia mínima entre dos puntos puede tener más de una solución. Puede haber más de un camino en un mundo imperfectamente global. Esa es la diferencia entre una aceptación pasiva, de un solo camino, de la globalización y una aceptación activa del mundo global que no deja de reconocer que hay más de un camino para incorporarse a ella.
La oportunidad que tenemos como país es extraordinaria, precisamente por las pruebas que hemos superado. Ahora, probablemente, estamos enfrentando una prueba más: la de dominar estos viejos impulsos, que con sus actitudes el propio gobierno estimula.

Si somos capaces de pasar esta prueba para mantener alto el compromiso-país, la solidaridad y la comprensión para con los más débiles, con la voluntad de generar progreso serio, durable, equitativo, justo, entonces no habrá razones para temer el futuro.
De la misma forma que le ganamos antes a la adversidad, también ahora podemos ahuyentar los viejos fantasmas de un pasado peor. Si advertimos a tiempo que ésta es la prueba, podemos ser capaces de superarla. Yo lo creo y para eso trabajo.

*Ex ministro de Economía y de la Producción y ex candidato presidencial.