A Oscar Lescano le quedaban 11 días de vida. El tumor en el cerebro ya le había costado un ojo y le flaqueaba la movilidad de medio cuerpo. No salía de su casa ni atendía el teléfono desde hacía días. Escuchaba, pero trataba de hablar poco. Los sucesivos viajes a los Estados Unidos para tratarse en los mejores centros médicos contra el cáncer habían ayudado a paliar la enfermedad, pero en los últimos dos meses el avance del tumor lo demolió. Para no reconocer que estaba enfermo, cada vez que viajaba decía a sus colegas de la CGT que se iba “de joda”, contó un dirigente cercano al Nene, como se lo bautizó por sus reiteradas travesuras y picardías.
Ya no tenía comunicación con su otrora principal nexo con el Gobierno, el ministro Julio De Vido. Se ponía nervioso cuando se daba cuenta de que a su tradicional léxico engorroso se sumaba la imposibilidad de traducir sus pensamientos. Ese jueves 29 de agosto, en su casa de San Isidro, hizo su último acto político. Sergio Massa quería consultarlo y pedirle su apoyo.
El candidato del Frente Renovador había pedido una reu-nión con el sector de los “gordos” para discutir la agenda de reclamos sindicales. Le pidieron a Massa que se trasladara a la casa de Lescano para que el pope de los empleados de la energía eléctrica pudiera participar de la reunión. El tigrense aceptó con gusto. Se conocían y tenían buena relación.
Lescano lo escuchó, intentó transmitirle a duras penas algunos conceptos y le dio la bendición final con un abrazo. “Vas a ganar, vas a ser presidente”. Massa dejó la casa junto a Héctor Daer y otros dirigentes que lo habían acompañado a ver a Lescano. Se fue lloriqueando de emoción. El gremialista estaba en las últimas. El lunes se enteró por un llamado de Daer, candidato a diputado de su lista, que Lescano había dejado el peronismo de los vivos. Cerca de las 11 de la noche visitó la sede del gremio de Luz y Fuerza, donde lo velaban. Estuvo hasta la una de la madrugada del martes.
Lescano fue uno de los sindicalistas más poderosos de los últimos treinta años. Era consultado por Alfonsín y Menem y se autodeclaró un oficialista serial. Gobierno que asumía, gobierno que lo encontraba como aliado. El decía que así conseguía todo lo que necesitaba para los trabajadores de su gremio. Fue uno de los sindicalistas que en los 90 se dieron los gustos de la gran vida menemista. A mediados de 2012, PERFIL lo consultó sobre los gremialistas que vacacionaban en Miami. Lescano se rio. “Perdónenlos, son jóvenes. Esas son las macanas que yo me mandaba en los 90”