“Nuestra calidad cultural más interesante es la alegría. Nosotros somos profundamente incompetentes para encajarnos en la realidad del primer mundo. Somos una mezcla extremadamente loca de todo. Esa mezcla es la que nos da una agilidad extremadamente interesante. Cuando De Gaulle vino aquí dijo: ‘Este no es un país serio’. Y tenía razón. Este es un país alegre. Es un país que se contrapone a la idea de la seriedad como un camino lineal de colocar las cosas y que tiene otra propuesta, donde la cuestión de la alegría es muy endémica. Este es un sitio donde puede nacer algo esperanzador para la humanidad: aquí un árbol de duraznos puede producir cualquier fruta desconocida, aquí es posible que venga lo imposible, el delirio utópico de la humanidad”. (Claudio Prado, ex coordinador del Ministerio de Cultura en el capítulo 3 de la miniserie BRIC).
Hace tiempo que Dios cambió de pasaporte. Ya Lula dijo, en medio de la campaña: “Dios es brasileño”, y más allá de las exageraciones, ni Dios podrá desentramar las boletas de una campaña electoral en la que compiten 21.674 candidatos a presidente, diputado, senador o gobernador: según la Folha de São Paulo, la elección se transformó en una inmensa usina generadora de empleo precario: tres millones de personas trabajan en Brasil vinculadas a la campaña, desde los hombres sándwich electorales hasta los equipos de imagen. Hay 800 mil personas que colaboran con Dilma Rousseff, que ya no es presentada como “madre” de todos los brasileños, sino como una especie de hermana mayor de Lula, junto a quien aprendió a gobernar. “Ella fue quien me ayudó a hacer un Brasil mejor”, dice Lula frente a una Dilma procesada por el make up de los asesores: con pelo más corto, sin lentes y con menos arrugas.
Las acusaciones de corrupción, los desplantes de Lula hacia la prensa y la actitud de algunos jueces de prohibir a los medios la difusión de noticias que afecten los intereses del PT aflojaron la boca de un presidente “condenado por el éxito”. “Nosotros ya no necesitamos de la opinión pública –dijo Lula–. La opinión pública somos nosotros”. L’opinion public c’est moi.
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