POLITICA

Como diría Nazarena, "da asco"

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El rechazo que sufrieron los habitantes de la villa El Cartón, primero por parte de grupos de vecinos de Villa Soldati cuando ocurrió el incendio, y más tarde por algunos de sus parientes sociales e ideológicos de Parque Patricios, en ocasión del temporal del domingo, no puede generar otra cosa que repugnancia.

Hay “despertares” de la sociedad argentina que provocan admiración, aunque de esta reacción por parte de porteños de la más clara estirpe de clase media o media baja no contiene un solo rasgo que la redima.

Los manifestantes lo dicen con todas las letras: “Si viene la villa nuestras casas van a pasar a valer dos centavos”. “Que se vayan a Bolivia y a Paraguay; si a mí, como argentina me pasa algo en otro país, nadie me atiende”. “No queremos más delincuencia ni suciedad”.

Ni una palabra de consuelo para gente que, probablemente por la lucha despiadada de punteros políticos, perdió todo. Tampoco cuando a esas mismas personas el viento les vuela las carpas precarias en las que viven y una joven madre muere a la intemperie. Nada frena a esas señoras mayores que aplauden con sus nietos en las calles de Patricios.

Xenofobia hay en todas partes, es cierto. Basta con ver “Borat” o acercarse a los comentarios de cocina de los países europeos, que suelen mantener un debate público políticamente más correcto que en el Tercer Mundo pero terminan tentados hasta cierto punto por las distintas versiones de Le Pen.

¿Cuál es la reacción de los gobiernos nacional y municipal ante este arranque de odio? Ceder de inmediato, negociar con los xenófobos. Telerman no impone, ni explica, ni argumenta, ni educa; acaso por temor a que los disturbios exploten en el prime time televisivo.

Está claro: El odio impiadoso al prójimo por parte de cierto sector de la sociedad fue una condición necesaria, quizás provocada, para que Europa haya tenido su Holocausto y nosotros el nuestro. No fue sólo obra de los dictadores.