Hace poco más de un mes, cuando habló ante la asamblea de las Naciones Unidas y el mundo insinuaba una de las peores crisis financieras de la historia, la presidenta Cristina Kirchner se ufanó de gobernar un país que por su presunta solidez, no iba a sufrir ni un solo síntoma de ese tembladeral: estaba blindada, según su visión, y además, en condiciones de demostrar al mundo que ella, su marido y sus dos o tres íntimos tenían razón y el resto del mundo se había equivocado: el que llamó "efecto Jazz" era ajeno, tanto como una cueca lo era de ese ritmo típicamente afroamericano.
No tuvo que pasar mucho tiempo hasta que el mundo desarrollado le devolviera el favor: después del anuncio de reestatización de las AFJP, se habló del "Efecto Tango" y la prensa internacional volvió a golpear al país con una imagen harto vapuleada desde el alegre anuncio sobre la decisión de no pagar la deuda externa hecho en la efímera pero inolvidable presidencia de Adolfo Rodríguez Saa.
En aquel 2001 la crisis era exclusivamente Marca Argentina. Fernando de la Rúa sumaba desacierto tras desacierto por la decisión de su entorno de encapsularse cada vez más en los restos de poder que le quedaban, y el justicialismo y la oposición radical aprovecharon la ocasión para asestarle un golpe mortal.
Parecía que entonces, después de la famosa sucesión de cinco presidentes, y ya con Eduardo Duhalde y luego Néstor Kirchner en la Casa Rosada, el timón del barco que zozobraba comenzaba a apuntar hacia un rumbo definido.
Los primeros años de la administración de Néstor Kirchner fueron un sorpresivo bálsamo, como lo había sido la corta pero eficiente administración de Duhalde. Pero no pasó demasiado tiempo hasta que el santacruceño revelara a todas luces sus métodos para acumular poder: los mismos, por qué dudarlo, que había utilizado en su provincia y que los ciudadanos de esa región padecían desde hacía muchos años.
Si en Santa Cruz Kirchner impuso un sistema de gobierno unipersonal y fronterizo con el autoritarismo despótico, en la Presidencia de la Nación, después de exhibir durante un tiempo su piel de cordero, se despojó de todo disfraz y mostró las garras del lobo.
Un lobo audaz, hábil en la captación de voluntades entre una dirigencia política que atravesaba el peor momento de su historia. Néstor Kirchner multiplicó geométricamente el apoyo de lo que quedaba de la dirigencia, entre lo más granado del peronismo histórico y lejos de insinuar la reforma política que había prometido, el camino definitivo hacia la modernidad democrática, apeló a los recursos más viejos para instalarse con una firmeza casi inédita en el pináculo del manejo político nacional.
Así, y gracias además al uso de fondos públicos superpoderes mediante, el Poder Ejecutivo montó ladrillo sobre ladrillo una estructura que demostró por lo menos hasta hace poco tiempo ser inquebrantable.
Su mujer, Cristina Kirchner, lo sucedió cómodamente, su ascensión al poder fue casi un paseo. También ella exhibió piel de cordero y poco después se despojó de ella para mostrar también sus condiciones de fiereza política.
A Cristina, empujada indudablemente por su marido, no le tiembla la mano a la hora de tomar medidas sin consultar absolutamente a nadie: así lo hizo desde que intentó imponer las retenciones agropecuarias hasta su más novedosa decisión de privatizar las AFJP.
A esta altura muy pocos pueden defender al sistema de jubilación privada, y para qué lo haría, si las administradoras demostraron desde su nacimiento que sólo iban tras un suculento negocio en el que no invertirían nada a cambio de pingues ganancias: recaudaban altísimas cifras en materia de comisiones, y elevadísimos dividendos utilizando la plata de los esforzados trabajadores para otorgar préstamos y cobrar apetitosas tasas de interés.
Ninguno de esos beneficios se derramó sobre los jubilados que nunca saborearon las mieles que les prometían las AFJP. Sin embargo, la mayoría de los afiliados, en un acto democrático del gobierno, cuando les dio la opción de pasarse al sistema estatal de reparto, prefirió quedarse en las administradoras privadas.
Sólo cada uno que tomó esa decisión puede decir por qué lo hizo, pero lo cierto es que no parecía que el mismo gobierno que les dio la opción, tuviera luego derecho a borrar de un plumazo la elección libre que había hecho para adoptar la actitud paternalista de comunicarle que sí o sí se pasaría al Estado porque él - los Kirchner- era el único que podía garantizarle la felicidad.
La argumentación de Cristina Kirchner para adoptar una medida inconsulta más, fue la de capear la influencia de la crisis financiera internacional: entonces no era verdad lo que había dicho ante las Naciones Unidas. El "efecto jazz" no sería, al final, tan ajeno a la música vernácula.
La flagrante contradicción no hizo siquiera sonrosar a la Presidenta, como tampoco el hecho de haber prometido entre bombos y platillos el pago de lo que le quedaba de la deuda al Club de París y a los bonistas, para esconder luego esos anuncios bajo la alfombra.
Mientras tanto el país, que no tiene muchas razones para ser afectado por la crisis internacional, motorizada por los préstamos basura que aquí jamás existieron (ni tampoco los higiénicos, al menos para el grueso de la gente) ahora está sintiendo, según la propia Presidenta lo anunció, los coletazos de ese conflicto.
Ahora el proyecto de privatización de las administradoras privadas de jubilaciones va al Congreso, y el grupo gobernante comenzó a realizar esforzadas negociaciones con los legisladores oficialistas para lograr la aprobación de la norma tal cual fue redactada.
Pero tanto los oficialistas como los opositores sospechan que se trata de una medida que en el fondo sólo apunta a tener una bolsa llena de dinero disponible para echarle mano, en momentos en que la situación económica del país no es nada halagüeña, con recesión, persistencia de inflación y pérdida del poder adquisitivo, deudas pendientes y una elección en puerta que será clave para la estabilidad del sistema kirchnerista de gobierno.
En la Casa Rosada dicen que no temen otro "cobotazo" en el Parlamento: con el background del desprestigio de las AFJP, están confiados en que el proyecto se aprobará sin mayores contratiempos.
Contratiempos que, por otro lado, no podría volver a soportar. El rechazo a la ley de retenciones fue el primer gran golpe al corazón del kirchnerismo. No tendría fuerzas para tolerar un golpe más. Hasta vuelven a circular las versiones de que la primera mandataria volvería a amenazar con abandonar el poder -como lo hizo cuando la crisis por los impuestos a las exportaciones agropecuarias- si no le dan la razón a todo. Parece ser que el axioma en el matrimonio presidencial es romperse, pero nunca doblarse.