POLITICA

Diciembres

En 2001 y 2012, comerciantes chinos saqueados, llorando.
| Diario Perfil

Los saqueos de ayer (“robos organizados”, según arrancaron en calificar los zócalos de los canales de noticias adictos al kirchnerismo) mostraron, una vez más, cómo frente a un mismo hecho cada uno ve lo que quiere ver. Todos los gobiernos, tanto el nacional como los provinciales y municipales donde se produjeron saqueos –esto alineó a Abal Medina, Scioli y Massa–, coincidieron en negar que se tratara de hechos espontáneos sino de “algo orquestado”. El kirchnerismo atribuyó los saqueos a Moyano, a un sector de ATE y a Gastronómicos. En Bariloche, a las internas políticas de Río Negro alrededor de Pichetto y el gobernador Weretilneck. Además, hubo saqueos en decenas de localidades. El diablo es uno solo pero tiene mil rostros, decía la Iglesia medieval.

Ese pensamiento responde a las necesidades de quienes gobiernan: “Yo no tengo la culpa”, “no es por hambre o necesidad”, “son marginales, delincuentes, vándalos”; pero nunca “el pueblo”, como sí habría sido en 2001.

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Al revés, y también en sintonía con sus necesidades, los opositores sostienen que los saqueos demuestran que hay mucha pobreza y que la economía del Gobierno fracasó. Pino Solanas, quien además de líder del FAP fue director de la película Memoria del saqueo (por el de 2001), opinó que “cuando se niega la realidad, se producen estos estallidos (por los de ayer); más allá de que detrás de los saqueos pudiera haber alguna intencionalidad política, esta clase de manifestaciones, como las que se produjeron en 2001, tiene profundas causas sociales porque hay gente que está empujada por la necesidad”.

No es verdad que haya sido sólo pueblo hambriento en 2001; hace 11 años también se robaron electrodomésticos durante los saqueos. Ni tampoco, como sostiene el Gobierno, que hayan sido sólo vándalos los que ayer y anteayer asolaron supermercados de todo el país.

El dilema del Gobierno es que puede encarcelar a “vándalos” pero no puede reprimir al “pueblo” sin que su discurso caiga en una contradicción mortal. Nuevamente, otro esfuerzo semántico del Gobierno. Si se repitieran estos hechos, tendría que resignificar el año 2001.

Algo similar sucedió en otro diciembre, el de 2010, con la ocupación del Parque Indoamericano: en aquella oportunidad, la culpa fue atribuida a activistas del Frente Darío Santillán. Pero ahora se produjeron saqueos en tantos lugares que obligan a conjeturas más complejas que echarles la culpa a los dirigentes sindicales que realizaron la movilización a Plaza de Mayo el miércoles pasado y el paro un mes atrás.

Más allá de que las condiciones sociales y políticas son totalmente diferentes a las de los países de la Primavera Arabe, no puede subestimarse la importancia que tienen los celulares y las redes sociales a la hora de promover y luego coordinar acciones masivas (más aun en las violentas que en las pacíficas), herramientas que parcialmente no existían en 2001 o no estaban disponibles aún para los sectores de menos recursos. Hoy es mucho más fácil producir contagio viral y se precisa menos caldo de cultivo para una reacción en cadena.

Esto no quita sustento a la idea de que los saqueos fueran promovidos por una vanguardia de activistas que abrieran el camino para que todos los demás se animaran. También en la pacífica manifestación anti K del 8N hubo organizadores y promotores, pero la convocatoria no habría sido tan masiva si no hubieran existido otras causas concurrentes. Dos sectores de niveles sociales muy diferenciados y formas aun más distintas de actuar que comparten celulares y redes sociales para organizarse, y movimientos sin líderes.

Efecto contagio. Otro factor es la imitación sin costo. Personas que ven por televisión que sus vecinos están robando y la policía no los reprime se suman a los saqueos. Los expertos en seguridad explican que la mente de quien delinque hace cálculos como si fuera un comerciante: pondera costos y beneficios. Si el riesgo de robar fuera cero, la proporción de la sociedad dispuesta a robar sería muchísimo más alta. Las penas en todos los sistemas disciplinarios tienen como destinatario no sólo al castigado sino también a quienes, observándolo, reprimen su impulso delictivo al ver los riesgos que deben soportar.

Aquí, el Gobierno enfrenta uno de los núcleos duros de la ideología: quienes creen que si no hubiera necesidad prácticamente no habría delito, y quienes creen que si no hubiera castigos siempre habría muchos robos sin importar la abundancia de que se disfrute.

La barra brava de Boca, durante la manifestación por “el Día de La 12” en el centro de la Ciudad de Buenos Aires hace pocas semanas, también aprovechó la masividad para saquear comercios y lo que encontraba a su paso. Ahí, la culpa se les atribuyó a Macri y la Metropolitana por dejar una “zona liberada”. Pero la cuestión de fondo es la misma. Thomas Hobbes, el famoso filósofo autor del Leviatán, sostenía que el hombre es el lobo del hombre y que sin el monopolio de la fuerza por parte del Estado la guerra de todos contra todos es inevitable.

El lobo es inspirador de varias metáforas; la otra es la de la fábula de quien, para preocupar, anunciaba falsamente que venía el lobo, para que cuando viniera de verdad nadie le creyera. Cada vez que un hecho con reminiscencias de 2001 irrumpe, el masivo cacerolazo del 8N o estos masivos saqueos, quienes no quieren al Gobierno pronostican el comienzo del fin del kirchnerismo, y luego las situaciones se distienden y nada cambia. Ojalá que el lobo verdadero no venga nunca más y encuentre a la democracia descreída.

Publicado en la edición impresa del Diario PERFIL