Aunque la presidenta Cristina Kirchner haya anunciado con una gran cuota de autoconfianza que la Argentina estaba mejor preparada que los Estados Unidos para enfrentar la crisis financiera global, al parecer entre bambalinas el Gobierno ha comenzado a poner los pies sobre la tierra y planea en sordina un plan para afrontar los eventuales coletazos de lo que la mandataria inoportunamente dio en llamar "efecto jazz".
El salvataje aprobado finalmente en los Estados Unidos llevó tranquilidad a los mercados, pero no puede esperarse que la debacle desaparezca como por arte de magia.
Contra la teoría de que el actual estado de cosas mundial permitiría a la Argentina disfrutar de, como lo dijo Kirchner, "vivir lo nuestro" sin tener que pedir prestado a nadie, la realidad es que si los grandes compradores de productos argentinos, los inversores y las corporaciones crediticias mundiales deciden cortar gastos al máximo, el país sufrirá duramente las consecuencias.
Entonces, después de las primeras señales de triunfalismo, el Gobierno bajó los decibeles para analizar la forma de afrontar la contingencia, máxime teniendo en cuenta que está a las puertas del primer test electoral de Cristina.
En los umbrales de las legislativas del 2009, la administración kirchnerista programa un final que cree que será "a toda orquesta", con anuncios de aumentos en los salarios y en los haberes jubilatorios.
No obstante, las cifras que se barajan del vamos quedan licuadas no sólo con el crecimiento de las inflación -momentáneamente paralizada por la recesiòn que trae la crisis- sino con los nuevos aumentos que se preparan para los servicios públicos.
El Congreso, por su parte, finalmente aprobó la tan ansiada movilidad jubilatoria, aunque la oposición y los jubilados mismos adviertan que podría implicar una trampa, a través de la complicada fórmula elegida para calcular los dos aumentos que anualmente se otorgan.
Un abogado laboralista de la CTA advertía que el aumento que se decida difícilmente sirva para atender las urgentes necesidades de la clase pasiva y deploraba el latiguillo oficial que se escuchó tan repetidamente: "Nunca un gobierno otorgó tantos aumentos a los jubilados" Claro, refutaba el abogado, "cien aumentos de un peso cada uno los da cualquiera".
El Gobierno quiere ahorrar reservas y por fin hace caso a los economistas de la oposición que vienen advirtiendo el serio riesgo que implica el derroche en materia de subsidios con los que se beneficia a las empresas amigas. Un poco de sensatez parece haber aireado el excesivamente cerrado el círculo kirchnerista.
Mientras tanto en el país, y en medio de la preocupación y hasta el pánico que generó la caída de varios grandes bancos internacionales, los productores del campo iniciaron una nueva protesta tal vez en el momento menos oportuno.
Enancados en el triunfo que lograron en su primer reclamo, que concitó todo el apoyo social, y en base a la real falta de respuestas a sus necesidades, los dirigentes ruralistas lanzaron un nuevo paro que esta vez no parece ir a dar los mismos frutos que los anteriores.
La gente está cansada ya de tanto conflicto, y tal vez comience a campear la sensación de que el respaldo que dio en su momento a los hombres del campo ahora sea defraudado por un nuevo pleito que por más justificado que esté, no fue pensado en un momento ideal.
En el Gobierno no hubo respuestas tras el lanzamiento de la protesta, aunque antes el secretario de Agricultura, Carlos Cheppi, haya lamentado en público que se lanzaron las movilizaciones justo cuando se planeaba un -incierto- encuentro para encarar el diálogo que tantas veces quedó trunco.
Se verá en los próximos días si la "cosecha" para los hombres del campo será beneficiosa o si la siembra habrá sido estéril.
Entre tanto, la oposición sigue afilando las armas porque las legislativas se le vienen encima.
El éxito de público que logró el vicepresidente Julio Cobos cuando su voto permitió hacer volcar al proyecto oficial de aumentar las retenciones agropecuarias, aportó una gran cantidad de esperanza al radicalismo, ahora reunido en una convención en la que planea cambiar reglas de juego para hacer más transparente, y más popular, al partido tan golpeado tras la caída de Fernando de la Rúa.
A ello se sumó el merecido homenaje a Raúl Alfonsín, el que con poca diplomacia dijo la presidenta que prefería tributarle "en vida", dando a entender lo que todos temen: que la frágil salud del ex mandatario venga aparejada por una mala noticia no demasiado lejana.
El acto sin embargo aportó aire fresco a una sociedad harta de enfrentamientos: la figura de Alfonsín, debilitado físicamente por una grave enfermedad, llenó de emoción, ternura, y tal vez hasta sensación de culpa a muchos argentinos que lo condenaron por la hiperinflación, pero que jamás sopesaron con justicia sus méritos como demócrata inclaudicable, y como el hombre que ganó después de una larga dictadura para darle a la sociedad el sistema político que tanto anhelaba.
La Presidenta hizo un gesto que la enalteció, que sirvió para reivindicarla de tantos desaciertos político diplomáticos anteriores: le habló con palabras sentidas, fue dulce y justa con el ex mandatario, quien leyó una pieza oratoria que reveló que sus cualidades intelectuales se mantienen intactas.
La presencia de Alfonsín en la Casa Rosada, que permitió abrirle las puertas a radicales y otros dirigentes de la oposición que nunca tuvieron acceso a ese lugar desde el inicio de la era kirchnerista, también fue reconfortante en términos democráticos, e hizo recordar aquella época feliz, aquella primavera social que significó su asunción al poder tras tantos años de duro invierno. Una sensación que muchos argentinos anhelan todavía recuperar.
Fuente: DYN