Como psicólogo social, es habitual evaluar “el discurso” de las personas, dándoles importancia a los aspectos de la comunicación manifiestos y latentes. También asignamos una relevancia significativa a los aspectos del “encuadre”, el lugar donde el discurso ocurre, la situación en la que se inscribe y quiénes participan. También los ausentes, pues su ausencia es un acto de comunicación relevante.
Asumimos que la persona que escribió los discursos del 25 y 27 de marzo, cuya oradora fue la Presidenta, goza de buena salud mental. Eso nos impide pensar que las palabras hayan surgido de una persona psicótica, estancada en el tiempo a partir de una situación traumática, que congeló su proceso de madurez.
Existen estudios que ubican la figura de Hitler dentro de estos parámetros psicóticos, donde su odio a la comunidad judía se instaló a partir de un hecho traumático en su infancia. La diferencia entre un neurótico y un psicótico reside en que este último no tiene ninguna noción de su enfermedad mental, por lo que él cree que actúa sanamente.
La evolución de su delirio hizo que cada vez encontrara más y más “enemigos conspiradores”. Como ya hemos asumido que los discursos fueron aprobados por una persona capaz, debemos buscar lo “psicótico” en la retórica y contenido.
Lea la nota completa en la edición impresa del diario Perfil.