La primera semana de diciembre discutimos acerca de lo que podía pasar en la provincia de Buenos Aires en estas elecciones legislativas, en base a encuestas y focus group aplicados y analizados por expertos. Corría el rumor de que Néstor Kirchner encabezaría la lista del Frente para la Victoria buscando un triunfo arrollador que lo posicione como candidato presidencial para el 2011.
Había dos lecturas. La de politicólogos y periodistas que daban por descontado que Kirchner obtendría un triunfo abrumador. Argumentaban que el peronismo no puede perder en la provincia, que hay un aparato invencible, que es necesaria para contar los votos, que “la provincia se comporta de una manera totalmente distinta de la ciudad” Como si al atravesar la Avenida General Paz, los electores se convirtiesen en alienígenas. En todas las encuestas, Kirchner ganaba con un amplio margen.
Desde las teorías que usamos los consultores políticos, las diferencias abismales entre los electores porteños y los bonaerenses son un mito urbano. Con pocas diferencias, que la globalización reduce cada día, los latinoamericanos somos muy semejantes. Muertas las visiones apocalípticas de la política del siglo XX, todos soñamos con que nuestros hijos se eduquen bien, que la violencia no nos quite el sueño. Pocos quieren morir por la patria y muchos, vivir mejor. La mutación que se produce al pasar de una vereda a otra en la Avenida General Paz sonaba bastante ridícula.
Analizábamos datos más importantes que la simulación presidencial. Kirchner tenía 65% de imagen negativa, más de la mitad de la población quería votar en contra del gobierno. Estaba claro que si un candidato de la oposición polarizaba con él podía ganar. En las cifras de ese entonces, Massa era mejor candidato. Su estructura de imagen le permitía jugar. Creíamos que sin un asesoramiento de primer nivel, Kirchner solo podía perder. La suerte de la elección dependía de que De Narváez o La Coalición logren polarizar con él. Quien maneje una estrategia adecuada para hacerlo sería primero y el que no lo haga, tercero. Nuestra evaluación de De Narváez como candidato era óptima. Para los sentimientos de los electores en este momento, por su capacidad de trabajo y muchos otros méritos personales, era un candidato para ganar. No era tan fácil ganarle a Massa. Sí a Kirchner, y más si ponía a Scioli y otros dirigentes en la lista usando un estilo autoritario.
Para Francisco De Narváez enfrentar a Kirchner le aseguraba el éxito. Solo podía ganar: perdiendo con menos de diez puntos, se convertiría en un personaje político de primer nivel. Si lograba un resultado muy parejo, se catapultaba al cielo.
(*) Asesor de imagen de Mauricio Macri