Hasta hace unas horas parecía que no iba a ganar nadie. Por el contrario, el discurso de la clase política hacia el público era: “Yo creo en vos”, “Votate vos”, “Te voto a vos”. Las PASO iban a ser “una especie de gran encuesta” para algunos y “una mejora institucional insustituible” para el Gobierno. Pero de pronto Cristina ganó, y entonces una elección no vinculante en la que el público fue obligado a asistir a aplaudir candidatos elegidos a dedo se transformó en el camino derecho a octubre sin ballottage.
Después de las derrotas de Capital, Córdoba y Santa Fe, el Gobierno había empezado a sonreír a regañadientes, a llamar a los opositores para felicitarlos por el triunfo ajeno y... ¡¡hasta Cristina se detuvo frente a una maraña de micrófonos en Río Gallegos y dio una nota!! Como sucede con el triunfo, nivelará aciertos y errores: ayer, en la elección que nadie iba a ganar, ganó el descenso de la desocupación, la Ley de Medios, la revalorización del rol del Estado en la economía, la distribución equitativa de la publicidad electoral, la política de derechos humanos y Tecnópolis. Ganaron junto a Schoklender, los aviones de Jaime, las licitaciones de De Vido, Fútbol para Todos, los alquileres de Zaffaroni, el escándalo del Inadi, las tierras fiscales de Calafate, los jueces venales, la caja de la Anses, los intelectuales alquilados y la inflación vendada.
En el caso de la oposición, la elección cantada sirvió para mostrarles el espejo de su propia miseria; incapaces de unirse per se, ahora buscarán que los una el espanto, midiendo cada voto de la encuesta como los adolescentes que, en un baño del colegio, se miden el largo del pito: nadie quiere ser menos que presidente, todos quieren digitar las listas ajenas e imponer la imagen propia sobre la del resto. No hacen política, sino que discuten poder. Son incapaces de inspirar a nadie, sólo despiertan miedo o conveniencia. Cacarean como vecinas indignadas pero poco se preparan, menos estudian, casi nada se esfuerzan y terminan recogiendo lo que siembran.
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