Siete de la mañana y un candidato a diputado nacional de una lista opositora al Frente para la Victoria pasa por mi domicilio. Acordé presenciar su trabajo en el campo de lo real, en la arena de la disputa política que es cuidar el voto.
Por reserva, prefiere que no publique su nombre: “Esto ya no es campaña, esto es el trabajo real, en grupo, y ningún compañero es mejor que otro, porque todos son indispensables. Mi nombre o mi foto sería una ofensa para ellos. Fiscalizar es la misión. Desde el que lleva las boletas hasta el que transporta la vianda, desde el que traslada las boletas a cada escuela hasta el que fiscaliza cada mesa”.
Vamos por Irigoyen, Pavón, Eva Perón, la avenida del conurbano sur que cambia de nombre, como de localidad, con destino al distrito de Avellaneda. El candidato habla por teléfono en manos libres, coteja con una lista que los fiscales estén en camino, maneja, frena a mitad de cuadra y aparece un muchacho con mochila que se integra como pasajero.
“Es Luisito, él te acompaña en el Colegio Enrique Riopedre, con nuestros fiscales.” Luisito tiene unos 28 años, aspecto de rugbier, enjuto, mira por la ventanilla el vacío de la avenida. Es poco probable que sea una fuente periodística, así como diplomático o RRPP. En Luisito tengo un guardián, en apariencia... Pasando Gerli, otra vez nos estacionamos en la avenida. El candidato grita: “Cómo que no vienen. Escuchame, el viernes eran 6, ayer me avisás que venían 3, y ahora no viene ni tu vieja. ¿Me mentiste y vivís solo o te abandonó hasta el perro?”.
En el asiento del acompañante viaja Gerardo, conocido como Chiquito, que es la versión madura y triplicada de Luisito (ya empiezo a sospechar que la abundancia de diminutivos refiere a una ironía sobre lo fisonómico, a un chiste siniestro), gira la cabeza al estilo de una lechuza con cuello maorí y dice: “Quieren hacer política y no aparecen. En días como estos no podés faltar, acá, sí o sí tenés que estar”.
Seré honesto, le di la razón por completo. El candidato cuelga la llamada y le pide a Chiquito que llame urgente a Rosario, una asistente váyase a saber dónde, porque necesitan una camioneta para llevar a diez fiscales desde cierta esquina de Avellaneda. Vamos rápido, poco tránsito, y los semáforos tienen el color indefinido de una película en blanco y negro. “Es así Omarcito, hay que juntar a los pollitos lo más rápido posible porque los del FPV te caminan el lomo. Hay que estar ahí bien temprano.”
Ya está, me metió en su círculo, estoy a upa y a su cargo, yo también soy un diminutivo.