Ningún político puede ya sorprenderse por la infinidad de memes y videos en los que aparecen a diario intervenidos por la creatividad popular. Esa frase polémica, el fallido, un paso en falso, tardan apenas un rato en salir a rodar resignificados con humor -a manos de Facebook, Twitter y grupos de whatsApp- por los caminos de la incontrolable aldea digital.
La masificación de esos circuitos en los que transita el ánimo social les quitó a los medios de comunicación tradicionales la exclusividad, que alguna vez tuvieron, de interpretar críticamente la realidad. Pero el control de ese registro irónico, cuando se expone en televisión y prensa escrita, siempre fue una tentación del poder. Un límite a la tolerancia de los mismos gobernantes que discursean sobre la libertad de expresión y la avalan sobre todo si está al menos tan lejos como la redacción del semanario satírico Charlie Hebdo.