Y el país se conmovió. Más allá de lo que puede esperarse de la muerte de un hombre público, la desaparición de Raúl Alfonsín vino a desnudar un fenómeno que, probablemente, sus contemporáneos no esperábamos. Y me explico: en un mundo como el político, generalmente considerado a través del escepticismo, aparecieron los jóvenes.
De distintas generaciones.
Los que explicaban: “Yo lo estudié en Historia” y, también, en boca de otros, la confesión (que escuchamos con profunda atención) de no haber nacido aún en aquel tiempo pero, igualmente, querer ofrecer un último saludo a Alfonsín.
¿Por qué, entonces? ¿Por qué las esperas interminables ante el Congreso? ¿Por qué caminar bajo la lluvia en un entierro? ¿Por qué honrar hasta las lágrimas a un “animal político” perteneciente a una clase que, en Argentina, no goza de mayor estima?
Las respuestas terminan sintetizando un pensamiento tan crítico como reconfortante. Ante los restos de un hombre que lleva sobre el pecho una banda presidencial de colores ligeramente desvaídos por 25 años de tiempo, lo que se está honrando con la espera de una larga fila, una mano que saluda, un beso que se envía a lo lejos, muchas lágrimas y amor, es ni más ni menos que aquello que llamamos “un hombre honesto”.
Una persona de principios.
Un buscador de diálogo sin descartar los enojos y un valiente que sabía, por ejemplo, del riesgo que corría al defender presos políticos durante la dictadura.
Sin duda, el hombre que abrió las puertas de la libertad y nos devolvió el Estado de Derecho.
Un hombre que cometió errores y al que le tocó gobernar con infinitas dificultades. Militares al acecho, sindicalistas dispuestos a destruirlo, una economía en peligro de constante colapso.
Decíamos que se está honrando a un hombre honesto y valiente que muere en su casa, con su modesto patrimonio al resguardo de cualquier sospecha, un entorno transparente y una vida atormentada por el ideal de construir un país que parece condenado a temblores y vaivenes. Y esto es probablemente la mejor lección de Historia para las nuevas generaciones y un bálsamo para los que a veces pensamos que nuestros valores han dejado de ser reconocidos.
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