Una sola persona tenía, en Medellín, las llaves de la puerta del Infierno. Y marcó la historia de este sitio como sólo los locos, los héroes o los asesinos pueden hacerlo. Hay, en Medellín, una historia antes y después de Pablo Escobar. Y hay también otra historia, la que aún perdura, de una pelea: la que libran un matemático y un cantante, tratando de cerrar aquella puerta para siempre.
Pablo Escobar, según las revista Forbes, fue el séptimo hombre más rico del mundo; llegó a acumular una fortuna superior a los tres mil millones de dólares. Fue abatido en 1993, pero el eco de su muerte provocó otras muertes: entre 1992 y 2002, la ciudad registró 42.393 víctimas mortales.
"No dejó gobernar a tres presidentes –describía la revista Semana de Bogotá en el momento de su fallecimiento–. Transformó el lenguaje, la cultura, la fisonomía y la economía de Medellín y del país. Antes de Pablo Escobar los colombianos desconocían la palabra sicario. Antes de Pablo Escobar, Medellín era considerada un paraíso. Antes de Pablo Escobar, el mundo conocía a Colombia como la Tierra del Café. Y antes de Pablo Escobar, nadie pensaba que en Colombia pudiera explotar una bomba en un supermercado o en un avión en vuelo. Por cuenta de Pablo Escobar, hay carros blindados en Colombia y las necesidades de seguridad modificaron la arquitectura. Por cuenta de él, se cambió el sistema judicial, se replanteó la política penitenciaria y hasta el diseño de las prisiones, y se transformaron las Fuerzas Armadas. Pablo Escobar descubrió, más que ningún antecesor, que la muerte puede ser el mayor instrumento de poder".
Lea la nota completa en la edición impresa del Diario PERFIL.
(*) desde Medellín.