“El Presupuesto Nacional es una ley anual que sanciona el Congreso, donde planifica los ingresos que recibirá el Gobierno y cómo se aplicarán para satisfacer las necesidades de la población… Tiene mucha importancia porque permite responder las siguientes preguntas: ¿Cuál es el destino del gasto? ¿En qué se gasta? ¿Quién gasta? ¿Cuál es el origen de los recursos?” La definición no pertenece a un manual de procedimientos administrativos o uno de política económica, sino a la página web del Ministerio de Economía de la Nación, un sitio que contiene conceptos explicados con claridad. Pero que quizás cueste llevar a la práctica en el fragor de las mil y una batallas que la condu-cción del Palacio de Hacienda, una de las muchas cabezas con que el Gobierno pretende fijar las prioridades y las políticas para llevarlas a cabo. El resultado está a la vista, con el affaire que algo tan esencial como la discusión parlamentaria de un Presupuesto derivó dentro y fuera de la coalición gobernante.
Es paradójico que, para una cultura política que desdeñó la verdadera función del Presupuesto, el fracaso en su tratamiento haya producido tanto escándalo. En otras latitudes, no contar con esta herramienta puede desatar innumerables penurias. En los Estados Unidos, el Gobierno Federal puede “cerrar”: no realiza actividades porque no tiene autorización para gastar; en otras democracias parlamentarias se toma como un voto de censura y puede desatar una crisis con elecciones anticipadas. Pero en Argentina, hubo muchos años en que se comenzó el nuevo período legislativo sin una norma y recién se aprobaba casi a modo de autopsia. En esos casos, se prorrogaba el Presupuesto viejo y el jefe de Gobierno tenía, entonces, facultades para redistribuir ciertas partidas con algunos límites. Luz verde para la discrecionalidad.
El Presupuesto 2022 nació herido de muerte. Ya el de este año había previsto una inflación, el principal karma económico del país, en 29% para todo el año, cifra que terminó quedando 20 puntos debajo de la realidad, algo que todos los analistas económicos pronosticaban… pero no en noviembre, sino en marzo mismo. El que había llevado al Congreso y quedó estancado en la Comisión de Presupuesto y Hacienda, presidida por Carlos Heller sufrió las demoras que el tiempo político dictaba. El rol imprescindible que ahora le adjudican los conversos del orden presu-puestario no se tradujo en medidas concretas para tratarlo con más celeridad, incluso sabiendo que el 10 de diciembre ambas Cámaras dispondrían de una nueva composición.
El Presidente anunció en su mensaje grabado de la noche de las elecciones generales, que enviaría al Congreso un plan “plurianual” para ser discutido y tratado antes de cerrar cualquier negociación con el Fondo Monetario Internacional, principal acreedor del Estado. Ahora el tiempo corre nuevamente en contra de los planes de Martín Guzmán quien esperaba contar con este instrumento para presentarse con cierta autoridad en la mesa de negociaciones de Washington. Adicta al cortoplacismo, los decisores de la política económica argentina se encuentran nuevamente en un callejón sin salida: en tres meses debe saldar la primera de muchas cuotas para la cual no habrá reservas disponibles, por más que las que marca el Banco Central digan otra cosa. Es más, con el rechazo, tampoco se podrán aprobar ninguno de los más de cincuenta agregados que, como caballos de Troya, Economía había dispuesto para contentar a u-nos y otros en la variopinta coalición. Dentro de estas disposiciones, había pró-rroga de impuestos o, como en el caso de las retenciones agropecuarias que eran por un tiempo determinado que termina el 31 de diciembre a las 23.59.
El profesor De Pablo se esfuerza siempre por explicar que el Presupuesto es una combinación de la autorización de gastos (supuestos) con la proyección de los recursos para financiarlos (estimados). La poca voluntad para encontrar un consenso sobre cuánto, cómo y en qué gas- tar no es materia económica sino política, aunque derrame rápidamente sus consecuencias en la economía. No es novedad: a 20 años de la caída del gobierno de la Alianza y el fin de la convertibilidad, que a su vez llegó para reemplazar a un sistema económico sumido en la hiperinflación; los representantes no encontraron caminos en común para marchar en lugar de estancarse. Hasta ahora, los grandes cambios de rumbo no fueron para evitar una colisión, sino a causa de ella. Quizás, ésta sea la oportunidad para cambiar de método.