A Cristina Fernández de Kirchner le encanta escuchar de la voz de su locutora oficial que es la presidenta de los 40 millones de argentinos. Sin embargo, con las PASO confirmó que sus votantes gozan de beneficios que el resto no tiene. Su discurso de barricada desde Tecnópolis mostró la peor imagen de la derrota: el del apriete explícito.
Además de agarrársela con el periodismo y los medios, Cristina atacó, sin mencionarlo, a Félix Díaz, líder qom de la comunidad La Primavera, en la provincia de Formosa. El hombre -que perdió a varios familiares por oponerse al gobierno feudal de Gildo Insfrán y no callarse, simplemente, por reclamar agua potable y un pedazo de tierra para sus compañeros- fue ninguneado por la Presidenta de todos y todas, quien dudó, en público, de que Díaz fuese un verdadero qom.
La felicitación al gobernador represor, Infrán, simplemente porque el Frente para la Victoria habría ganado la elección entre los aborígenes, además de falso, resultó patético. Con ese mismo criterio, es posible que en el futuro inmediato, la Presidenta elogie al "progresismo" de Raúl Othacehé en Merlo, uno de los pocos distritos del conurbano bonaerense donde el oficialismo superó el 50%. Poco importa cómo, si con robo sistemático de boletas, persecución a los disidentes y un caudillismo rancio que asusta.
La autocrítica ante el abrumador resultado, no se hizo presente en el discurso de Cristina, quien llamó a la militancia a tocar, casa por casa, vaya a saber para qué. "Tenía cien ejemplos mejores pero Cristina eligió quedarse con Insfrán", me dijo un funcionario del Gobierno nacional, que sintió vergüenza ajena cuando la escuchó. Sin embargo, aplaudió a rabiar sus palabras. "Fue un mensaje para los que nos aprietan" sintetizó la exmujer de uno de los monotributistas más ricos del país.
Cristina pidió debatir con los que "juegan en primera" y no con las segundas líneas, que serían títeres de los monopolios. Sin embargo, mandó a la cancha a Juan Cabandié, Daniel Filmus y Martín Insaurralde, en vez de a esas otras corporaciones "nacionales y populares" como Barrick Gold, Chevron, Slim y Monsanto.
La doble moral de Cristina trató de idiotas útiles a los 34 millones de argentinos que no apostaron por la continuidad de vaya a saber qué modelo. Uno de cada dos ciudadanos la abandonaron en 22 meses. El Frente para la Victoria perdió hasta de local y la única explicación para los iluminados académicos, prenseros y militantes es que hubo "un problema de comunicación" y que el grupo Clarín metió la cola. La influencia de Héctor Magnetto poco importó menos de dos años atrás cuando Cristina cosechó el 54% de los votos.
El Gobierno reduce los éxitos y los fracasos a una cuestión semiológica en que la única verdad que no existe es la propia realidad, contrariando al propio Juan Domingo Perón. Las malas noticias son sensaciones y contarlas es hacerle el juego a la "derecha", como explicó la decana de "Periodismo" de la Universidad de La Plata, Florencia Saintout.
En 2003, Carlos Menem sacó el 25% de los argentinos. Meses después, el menemismo como fuerza política, había dejado de existir. Muchos funcionarios que rodean a Cristina lo saben y tachan los días en el almanaque para huir.
Mientras tanto, la Presidenta de los 40 millones invita a salir a cazar brujas, niega que Félix Díaz sea qom y digiere, a su manera, la victoria en La Primavera y en la Antártida.
(*) Especial para Perfil.com | En Twitter: @luisgasulla