Después de las tratativas salariales, los sindicalistas acelerarán la negociación en su propio territorio destinada a establecer la futura conducción de la CGT. Según el panorama actual, Hugo Moyano tiene amplias chances de conservar su puesto de número uno de la central gremial.
En los últimos tiempos el Gobierno kirchnerista y el dirigente camionero han refrendado en varias ocasiones su acuerdo político, que incluye compromisos mutuos. Imponer un porcentaje tope a las discusiones salariales, mantener los conflictos a raya y apoyar las políticas oficiales, por parte del sector gremial, y avalar la continuidad de Moyano y mantener beneficios que -por caso- favorecen a la actividad del rubro transporte, por el lado de la administración, son algunos de los ejemplos. El más reciente: el rotundo alineamiento del sindicalista con la postura gubernamental condenatoria de la protesta de los productores agropecuarios.
A un costado del camino quedaron los intentos por "bajar" a Moyano, liderados por el gastronómico Luis Barrionuevo, así como el sindicalismo alternativo encarnado en la CTA, que recibió hace un lustro las caricias oficiales y ahora está soportando cachetazos, como la negativa a su pedido de otorgamiento de la personería gremial. En cuanto a las candidaturas que anduvieron en danza, el albañil Gerardo Martínez y el estatal Andrés Rodríguez quedaron relegados luego de estar anotados fugazmente en una lista de posibles herederos del sillón de Moyano.
El trámite de la interna del PJ que se realizará en abril, para el cual se "cocinó" todo en un congreso sin sorpresas donde previsiblemente se ratificó el liderazgo del ex presidente Kirchner, será uno de los puntos de inflexión para resolver la cuestión de la CGT. En esa elección que hasta ahora tiene resultado cantado, se dice que Moyano podría ir como uno de los vicepresidentes del PJ, lo cual sería la rúbrica para su candidatura a la reelección en la central sindical.
Las recientes jornadas registraron, aparte del conflicto del campo -donde Moyano y su gremio se alinearon tras el discurso gubernamental-, situaciones en las que en varios casos el mundo sindical prácticamente se automarginó, pese a que directa o indirectamente estaba involucrado. Esas actitudes de una parte importante de las dirigencias gremiales obedecen, principalmente, a los compromisos que históricamente asumen con quien está de turno en el poder. Y especialmente cuando pertenecen a un mismo signo político.
Pero además de contarse las costillas para dirimir sus peleas intestinas, los dirigentes sindicales deberían de una vez por todas asumir la misión de ser protagonistas de la construcción social con hechos profundos, no sólo con declamaciones.
Pero ello no debería impedirles que, además de enfrascarse en la resolución de sus interminables internas, también se dedicaran a redefinir y ampliar su rol como representantes del sector del trabajo, fundamental en toda comunidad organizada que se precie de tal, con aportes concretos, actitud de servicio y protagonismo que trascienda la funcionalidad transitoria. La responsabilidad social no es un mero enunciado enancado en pactos políticos de alcances coyunturales, sino una constante obligación.