¿Debemos ser orgánicos o críticos? Nunca ha resultado fácil en la Argentina construir, como intelectuales y trabajadores de la cultura, una voz crítica independiente de los diferentes poderes (políticos y económicos), sin caer en reduccionismos y manipulaciones, sobre todo políticas y mediáticas. Pero esto ha empeorado desde 2008, cuando se actualizaron –desde el Gobierno y la oposición– los esquemas binarios y las políticas de consignas, que lejos de enriquecer el debate político, público e intelectual, simplifican y reducen sus márgenes a una cuestión de adscripción pro-K o anti-K.
No somos pocos los intelectuales que venimos sosteniendo una posición coherente, de crítica y propuesta, buscando instalar desde diferentes ámbitos una voz colectiva, por fuera de estos marcos empobrecedores. Con este objetivo, hemos difundido el primer documento de Plataforma 2012 que, si bien cuenta con un núcleo inicial o promotor, no refleja un grupo consolidado, sino un “nosotros” precario, en construcción, que apuesta a la horizontalidad y al debate de las cuestiones hoy consideradas cruciales en nuestro país.
Plataforma 2012 apunta a la construcción de un espacio colectivo democrático, aunque por el momento señala sólo un punto de convergencia, en el cual han confluido intelectuales y trabajadores de la cultura, identificados con los posicionamientos, los temas y las necesidades que expresa.
En cuanto a los posicionamientos, los firmantes del mismo presentan claras coincidencias: todos hemos sido críticos de la última dictadura militar; críticos del menemismo y de sus políticas neoliberales; defensores de políticas activas por la igualdad; de un Estado igualmente activo para este fin; todos somos defensores de los derechos humanos y muchos de nosotros nos hallamos muy preocupados por el nuevo ciclo de violaciones de derechos humanos que se ha abierto en la última década.
Muchos pertenecemos a colectivos que actúan desde diferentes ámbitos –por ejemplo, desde el psicoanálisis, los hay quienes acompañan terapéuticamente a víctimas de la represión de ayer y de hoy; desde las ciencias sociales, quienes acompañan diferentes luchas sociales y ambientales; desde el ámbito social y cultural, quienes trabajan con sectores muy vulnerables, como los chicos en situación de calle–.
La lista está lejos de ser exhaustiva pues debería incluir artistas, cineastas, investigadores, escritores y demás trabajadores de la cultura, que han suscripto este documento y que desde su propio ámbito interpelan críticamente la actual realidad argentina.
Los temas comunes que nuclean ese punto de convergencia son cuatro. La necesidad de construir un espacio de pensamiento crítico, por fuera de los esquemas maniqueos y los discursos falaces y disciplinarios; colocar el acento en la profundización de las desigualdades (sociales, territoriales, regionales, generacionales); subrayar, más allá del discurso épico del Gobierno, su asociación con las grandes corporaciones, que cubren un amplio arco de las actividades económicas en el país, desde las grandes cerealeras, empresas como la General Motors o la notoria Barrick Gold, en minería. Advertir sobre el agravamiento respecto de la violación de derechos humanos hoy.
En lo personal, consideramos que uno de los problemas fundamentales en el campo intelectual es la fractura que se ha operado en el pensamiento crítico en los últimos años. A diferencia de los 90, cuando el continente aparecía reformateado de manera unidireccional por el modelo neoliberal, el nuevo siglo viene signado menos por los discursos únicos que por un conjunto de tensiones y contradicciones de difícil procesamiento.
El pasaje al “Consenso de los Commodities”, bajo gobiernos progresistas, legitimados electoralmente, instaló nuevas problemáticas y paradojas que tienden a reconfigurar el horizonte del pensamiento crítico, enfrentándonos a desgarramientos teóricos y políticos, que se cristalizan en un haz de posiciones ideológicas diferentes.
Vaya a saber si nos encontramos ante la antinomia “intelectuales orgánicos” versus “intelectuales críticos”, pero el caso es que muchos de los que hoy apoyan el Gobierno tienen serias dificultades para tomar distancia crítica y cuestionar el carácter nodal de las problemáticas planteadas más arriba.
Las críticas siempre son posteriores a un mar de elogios ditirámbicos ofrendados al Gobierno. Por otro lado, suelen negar la responsabilidad del Gobierno nacional respecto de estos temas, invocando un discurso federal, como si estas políticas fuera potestad excluyente de las provincias o el Gobierno nacional no fuera más que una liga de gobernadores.
Lejos de ello, asistimos a una fuerte concentración de poder político en manos del Ejecutivo, que indica una vez más, tradición peronista mediante, una gran dificultad por avanzar en una construcción política de carácter plural.
Esto se reflejó en las últimas semanas en la tendencia a confundir legitimidad electoral con licencia social, lo cual ha llevado a la aprobación –entre gallos y medianoches– de un paquete de leyes, entre ellos la Ley Antiterrorista, a espaldas de los reclamos de la sociedad, algo incomprensible e injustificable en un gobierno que se dice progresista y, además, “soberano”.
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