POLITICA
Soberbia argentina

Regalo de Navidad

En el cenit de su proeza macroeconómica, la Argentina, pero sobre todo su gobierno, se comporta como si ésta fuera una sociedad rigurosamente enrolada en un conflicto faccioso donde es imposible dialogar y la búsqueda de consensos es denunciada como traición a los principios.

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Disminuyó la brecha entre ricos y pobres. Los resultados de la economía son descomunales. Aumenta el producto bruto. Navegamos en un océano de superávits. Las reservas en divisas crecen semana a semana. Disminuye el trabajo en negro. Aumenta el trabajo formal. La recaudación fiscal no parece tener techo. Las exportaciones agropecuarias siguen bendecidas por los precios y el clima mundial. El comercio bate récords de ventas. Se dispara el consumo de energía eléctrica.

Y sin embargo...
En el cenit de su proeza macroeconómica, la Argentina, pero sobre todo su gobierno, se comporta como si ésta fuera una sociedad rigurosamente enrolada en un conflicto faccioso donde es imposible dialogar y la búsqueda de consensos es denunciada como traición a los principios.
La melancólica retirada, esta Navidad, del embajador español en la Argentina es una poderosa metáfora de lo que gusta, pero sobre todo de lo que irrita a quienes hoy conducen el país.

Carmelo Angulo Barturen tuvo que ser retirado por Madrid a pedido del gobierno de Néstor Kirchner. Animador decisivo del Diálogo Argentino, en el que se involucró de manera audaz la Iglesia Católica, Angulo Barturen era la patente y pertinaz demostración de que conversar y acercar posiciones no sólo es más civilizado, sino –sobre todo– más práctico que la descarnada supremacía que convierte en enemigos irreconciliables a los diferentes.

Hace ya varias Navidades que la Argentina está profundamente enferma de soberbia autoritaria. Jactancioso y primitivo fue el gobierno de la Alianza, que se derrumbó en una ordalía de muerte y desgracia hace cinco años. Mentirosos y aviesos son quienes dicen que aquel gobierno se cayó sólo por sus propias y garrafales falencias; saben que los empujones bravos se precipitaron desde que Chacho Alvarez se fue a tomar café a la esquina de su casa y no cesaron hasta que decoló el helicóptero de la Casa Rosada.

La salida de aquella desgracia tan apocalíptica se fue dando, entonces, a través de una paradójica reconstitución del autoritarismo, pero con signo ideológico o con valencia conceptual aparentemente diferentes.

Ya desde comienzos de 2004, en la Argentina se hizo evidente que volvíamos al primitivismo de tajear a la sociedad en fragmentos imposibles de articular. No más acuerdos de gabinete, basta de conferencias de prensa, final para las conversaciones entre partidos con ideologías diferentes.

De un lado se enrolan los que gobiernan y quienes se someten (“conciertan”) a las efectividades conducentes. Del otro, “los que no quieren el progreso del país”, verbigracia, la antipatria.

Pero hace ya algunas semanas que el sueño de la hegemonía perfecta parece astillarse en algunos ámbitos hasta ahora blindados, por ahora levemente y tal vez por poco tiempo, pero el solo hecho de que el oficialismo haya tenido que deglutir algunos traspiés bochornosos en el Congreso revela que hay gente inteligente, patriótica y, sobre todo, progresista, para la cual hay otra vida, diferente a la humillación de la suma del poder público.

Como embajador de España, Angulo era un embarazo permanente para el Presidente y su idea de país. En mis diversos encuentros personales con él, sin embargo, jamás detecté un solo comentario irrespetuoso, peyorativo, ni mucho menos opositor, al gobierno de este país.

Rubicundo, enfático y especialmente equipado para pensar y dialogar de manera inteligente y en términos de adultez democrática, el diplomático al que Kirchner jamás recibió era un ejemplo viviente de que otra manera de servir al pueblo es posible.

Todo lo revela y ya conviene admitirlo: en la Argentina de 2007 no se han disipado en lo más mínimo los demonios devastadores de diciembre de 2001. Están apenas soterrados.
El desprecio al diálogo sistemático entre diferentes, encarnado en la actitud oficial ante casi todos los temas conflictivos, no es sólo un rasgo determinante de las políticas del Gobierno. El equívoco hizo metástasis y un pequeño gran incidente así lo acredita.

A comienzos de diciembre, el diario La Nación calificó en sus páginas como “revuelta popular” la criminal destrucción de los tribunales de la ciudad cordobesa de Corral de Bustos, supuestamente provocada por la indignación de “la gente” ante una violación perpetrada por un malhechor teóricamente bancado por un juez etiquetado de garantista.

Pero este jueves 21, el mismo diario tuvo que escribir que “las máximas autoridades de la Justicia de Córdoba, como también el gobierno y la policía, tienen firmes sospechas respecto de que en la manifestación popular que se convocó el lunes 4 del actual a raíz de la violación y muerte de una niña de tres años, hubo un grupo que marchó con la intención de la quema del edificio del juzgado local. En un principio, se interpretó que la movilización de la que tomaron parte un millar y medio de pobladores y el ataque a la sede judicial constituyeron una típica ‘pueblada’, una indignación acumulada que se desbordó por la falta de respuesta a una sucesión de hechos delictivos y una supuesta impunidad de que goza la delincuencia. (…) Pero mientras se apagaban las llamas y se restablecía el orden, enseguida fue cobrando cuerpo la sospecha de que la acción de varios individuos tuvo el concreto objetivo de hacer desaparecer documentación, que los involucraba en hechos penados por la ley o que eran causas por perjuicios o demandas que implicaban resarcimientos económicos. Se llegó incluso a vincular con ese interés a algunos abogados que se desempeñan en el foro corralense”.

En un clima colectivo intoxicado de animadversión, delirios de persecución y refriega permanente, quemar juzgados, destruir estaciones ferroviarias, cerrar calles, bloquear fronteras internacionales, imponer listas negras para periodistas indeseables, despotricar de modo inclemente contra el diálogo entre diferentes y boicotear a embajadores civilizados que demuestran la falacia de la barbarie autoritaria son gestos y movimientos que forman parte de un mismo sistema de pensamiento y acción.

¿Puede un judío desear un regalo de Navidad? ¿Por qué no? Es éste: que amanezca un espíritu diferente en quienes conducen con puño de hierro la ejecutividad política argentina.

Que aflojen, que bajen por lo menos un cambio, que respiren y dejen de ejercer la histeria triunfalista de los convencidos de ser los únicos dueños de la verdad.

¿Ilusiones del viejo y de la vieja?