Fue Moisés Ikonicoff, ex profesor en La Sorbona y autor de varios libros, quien mejor expresó la compleja relación entre los intelectuales y el poder político de turno. "El menemismo no te mata pero te deja boludo", dijo Ikonicoff cuando le preguntaron cómo fue que había terminado en una comedia de revistas luego de su paso por el gobierno de Carlos Menem.
Tal vez esa capacidad de moldear la mente y el alma de los intelectuales no haya pertenecido sólo al menemismo sino que sea propia de todo grupo político que se instala en el poder, y no sólo en la Argentina, y sirva para explicar qué pasó con Horacio González y otros intelectuales ultrakirchneristas cuando intentaron impedir que la Feria del Libro sea abierta por el Premio Nobel de Literatura Mario Vargas Llosa.
Se trata de un problema complejo y antiguo: la relación entre los intelectuales y el poder. Un intelectual, por definición, es alguien ajeno al poder en la medida en que con sus ideas trata de interpretar de un modo crítico (es decir, no ingenuo) qué es lo que pasa en su época, en la sociedad pero también en el gobierno. El conflicto se plantea cuando cambia de vereda y pasa a colaborar con un grupo que ocupa posiciones de poder, cuyas decisiones influyen sobre toda la sociedad.
Sin el lenguaje de Ikonicoff pero no por ello menos florido, el sociólogo alemán Max Weber dijo bastante sobre este tema en un librito famoso: El político y el científico. Por ejemplo, sostuvo que "el séquito del guerrero recibe el honor y el botín", en alusión, en este caso, a que los intelectuales son gratificados con los oropeles del poder (relaciones, viajes, contratos, secretarias, puestos para familiares y conocidos, etcétera) y con un sueldo y otras eventuales mejoras.
Pero, Weber advierte que "quién se mete en política hace un pacto con el diablo", en referencia a que la política no es para cualquiera: exige un temple, un carácter, un manejo del poder y sus consecuencias, que a veces los intelectuales, acostumbrados a los libros, las clases y los magros ingresos, no tienen.
Por eso, suele darse el caso de que intelectuales sólidos y con una amplia experiencia cambien tanto cuando se transforman en funcionarios y lleguen al extremo de querer impedir que un intelectual como ellos, un gran admirador de la Argentina y de sus escritores, como Jorge Luis Borges, que, además, ha sido en diciembre galardonado nada menos que con el Nobel de Literatura, abra la Feria del Libro.
(*) Editor general de revista Fortuna y autor de Operación Primicia.