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Un gobierno "incomprendido"

Cristina Fernández y su esposo y antecesor, Néstor Kirchner, todavía no salen de su asombro por las reacciones poco felices que obtuvieron con el sorpresivo anuncio del pago de la deuda al Club de París.

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Cristina Fernández y su esposo y antecesor, Néstor Kirchner, todavía no salen de su asombro por las reacciones poco felices que obtuvieron con el sorpresivo anuncio del pago de la deuda al Club de París.

Apenas recibieron de los beneficiarios de la resolución una respuesta de moderada satisfacción que de inmediato fue seguida por la advertencia de que la suma que se debe al núcleo de países ricos es superior a la que el Gobierno ha resuelto pagar.

Para colmo, los mercados internacionales, lejos de premiar con buenos índices a la medida oficial, inesperadamente la castigaron con aumentos en el riesgo país y caída en el valor de los bonos argentinos.

Además, los tenedores de esos bonos que no quisieron entrar en el Plan Canje volvieron a fogonear a algunos sectores de los mercados financieros internacionales con el odio que todavía sienten por la Argentina desde las enormes pérdidas que sufrieron tras la declaración del default.

En el seno de la quinta presidencial de Olivos, donde Néstor Kirchner creó una suerte de bunker partidario, nadie logra explicarse por qué falló un anuncio de tanta trascendencia con tan alto costo financiero, al punto que el propio titular del Banco Central, de donde se extraerán las divisas para pagar esa deuda, expresó desde un inicio su desacuerdo.

Es que desde el método con que se resolvió el pago hasta la realidad económica del país, se suman una cantidad innumerable de explicaciones por las cuales al parecer, hoy la Argentina no es confiable para el mundo.

Por empezar, Cristina Fernández y su esposo creyeron que la sorpresa del anuncio, hecha durante un acto en la Casa Rosada en la que fue notoria la ausencia de Redrado, darían vuelta como un panqueque la historia negativa que estaba transcurriendo hasta entonces para ellos.

Una medida tan seria como la cancelación de la deuda con uno de los principales acreedores debió haberse estudiado y consensuado con todos los actores que tengan opinión al respecto, desde el ministro de Economía y el titular del Banco Central hasta los legisladores en el Congreso, pasando por los amigos en el mundo. Nada de eso se hizo, y la respuesta entonces sí fue más lógica que la que el matrimonio presidencial esperaba. No fue, como ellos creen, una muestra más de la "incomprensión" del mundo.

Al parecer, la Presidenta no logra remontar la floja imagen que sigue soportando cuando se acerca a cumplir el primer año de su mandato. Nada es como lo que soñó. No hubo mejoras en la institucionalidad del país, una de sus principales promesas electorales, ni la economía se fue solidificando.

Lo cierto es que mientras se mantenga en la firme y obcecada decisión de ignorar factores tan importantes como los daños que está ocasionando en la economía nacional la imparable inflación, ningún gesto, por más grandilocuente que parezca, dará frutos. Todos los esfuerzos, en este caso de los ciudadanos, que son los que con sus aportes hacen crecer las reservas en el Banco Central, resultan estériles.

Lo que es peor, nada parece indicar que el matrimonio en el poder comprenda la necesidad de cambiar su estilo de hacer política. La cosmética modificación de la imagen de la Presidenta, que ya no se muestra exasperada en sus discursos, sino que aparece mansa y tranquila, no alcanzan ni para comenzar.

Hoy la primera mandataria está en visita oficial en Brasil y reconoció en algunas de sus declaraciones que siente "un poco de envidia" hacia el gigante país vecino. Debería analizar a fondo la forma de hacer política en esa nación para comprender por qué sigue creciendo mientras la Argentina incomprensiblemente continúa paralizada.

Un ejemplo que basta como muestra: Brasil no cobra retenciones a sus exportadores de productos agropecuarios, y gracias a ello no sólo ve engrosar constantemente las arcas del Estado sino que además se va imponiendo en el mundo como uno de los principales proveedores de alimentos, desplazando a la Argentina.

Aquí, después de la grave crisis en el campo, el gobierno nunca accedió a sentar a una mesa a todos los actores que saben y participan del negocio de los alimentos, para elaborar el tan reclamado plan Agropecuario Nacional.

No sólo cayeron las exportaciones -sumado a la crisis, ahora se añade la prolongada sequía en muchas provincias productoras- sino que además los alimentos en el mercado interno siguen siendo cada vez más caros.

Allí hay una muestra más de la miopía de la actual administración, que sólo cree que lo importante es no dar el brazo a torcer y utilizar el método de que "el que pega primero, pega dos veces".

En la gestión de un país con tantas malas experiencias, tantos vaivenes y tantos intereses sucios que siguen apoderándose de segmentos fundamentales de la vida económica, la falta de un sinceramiento a fondo sigue dando muestras no sólo de la inutilidad del sistema, sino de sus peligrosas consecuencias.