“Kelly” Olmos apunta a Eduardo de Pedro; el ministro del Interior ningunea a Daniel Scioli; Axel Kicillof lanza dardos contra Aníbal Fernández; Fernando Navarro sale contra el gobernador; y Malena Galmarini señala a los funcionarios de la Casa Rosada. Éste fue el todos contra todos público de apenas la última semana, pero en privado hay mucho más y ya nadie se cuida de criticar a sus propios compañeros de coalición. Sólo el alineamiento detrás de una candidatura aparece como la última oportunidad de orden.
Hoy no hay unidad posible y sólo aparece en el horizonte la posibilidad de un acuerdo ante una candidatura de unidad. “No nos ordena el Presidente, no nos ordena el liderazgo de CFK y menos nos pudo ordenar la economía con la llegada de Massa, que no da los resultados esperados. Lo único que nos queda es que nos ordene un candidato y que los tres quieran que ese candidato gane”, dice un dirigente que suele hablar con los principales socios del Frente de Todos.
Lejos de este escenario, Alberto Fernández viene ganando la disputa. El kirchnerismo quería una definición en febrero y el Presidente llegará a abril sin darla. “Están locos. Si yo les decía semanas atrás lo que iba a hacer: ¿cuál iba a ser su reacción?, ¿si decía que competía abandonaban la coalición?, ¿si decía que no competía cómo seguía gobernando?”, se pregunta Alberto Fernández.
El silencioso enfrentamiento entre Massa y Alberto Fernández
El jefe de Estado entiende que sus posibilidades son pocas, pero buscará seguir estirando una definición. Para él, la fecha en la que deberá pronunciarse es mayo aunque, una vez más, sus aliados pueden terminar apurando sus tiempos. Saben hacerlo: lo lograron cuando el kirchnerismo presentó las renuncias públicas que obligó al jefe de Estado a hacer cambios en el gabinete y también cuando los gobernadores lo abordaron en Casa Rosada para que nombre de inmediato a Sergio Massa en Economía.
El Presidente está convencido de que su compañera de fórmula no será candidata y que el operativo clamor por “Cristina presidenta” tiene que ver con ganar fuerza en la discusión por los nombres en las boletas. Él también buscará llegar de la mejor manera. No quiere, de ningún modo, quedar afuera de la mesa de negociación.
También cree que ésta es una elección para un moderado. Por eso, no teme competir o tener un candidato contra el kirchnerismo. “Los extremismos no ganan”, dice. Y enumera: “Lula y Petro le ganaron a un extremista. Boric también, él no era extremista, le ganó a uno”. Luego reflexiona: “va a ganar la moderación”.
Alberto Fernández se siente mejor posicionado para dar la discusión interna que meses atrás. Tampoco cree en una estrategia disruptiva de último momento de la vicepresidenta, tal como sucedió en 2019 con su candidatura a presidente. “Están en una encrucijada”, dice sobre el kirchnerismo, al explicar que “perdieron la mejor herramienta que tenían” que para el jefe de Estado sería llegar al cierre de listas jugando con una postulación de la vice. “Los operativos clamor tienen que ver con recuperar esa carta, nada más”, evalúa.
Mientras tanto, desde el kirchnerismo saben que no hay ninguna posibilidad de que Alberto Fernández se presente a la reelección. Y, mientras no lo asuma, seguirán presionando en público. Este sector promete mostrar su estrategia una vez que el jefe de Estado decline una posible postulación. Máximo Kirchner lo dice frontal: la vice debe ser quien diseñe la fórmula electoral.
¿En dónde jugará el tercer socio en esta discusión? Lo dejó en claro esta semana al apuntar a la Rosada por las críticas a su gestión. Su negociación es con la vice y con ella apunta a mantener la mayor cantidad de legisladores en el Congreso y en la Legislatura bonaerense. Massa repite que cuando lleguen las elecciones tendrá 51 años. Aún le queda tiempo y puede ver pasar un mandato de Juntos por el Cambio, o hasta dos. “Son tan malos que si vuelven ya aprendimos que es sólo por un período”, dicen en su entorno sobre un posible triunfo de la oposición. Pero, para eso, deberá fortalecer el Frente Renovador con bancas y conseguir protagonismo desde la derrota.