En el minuto 90 de Argentina-Holanda por la semifinal del Mundial Brasil 2014, Robben entra al área, acomoda su pie izquierdo para cruzar la pelota y ganar el partido, pero llega Mascherano desde atrás y el terror de millones de argentinos acumulado en una décima de segundo se va por la línea de fondo. En esa jugada, literalmente –lo contó él–, se rompió el culo para salvar a su tropa, por lo que el pensamiento, o más bien el sentimiento, que en los mundiales asocia fútbol con historia no habrá tardado en vincular esa escena con la del desprendimiento material en la que el sargento Cabral se hace matar en la Batalla de San Lorenzo para que viva San Martín.
La jugada se extrapoló inmediatamente hacia cuestiones patrióticas y solicitudes morales. Ah, si los argentinos fuéramos como Mascherano: eficaz, esforzado, solidario, épico, vidente (como no son capaces de hacerlo los economistas) ya que también leyó el futuro al anticiparle a Romero que ese día se convertiría en héroe. Se habló de liderazgo, una palabra amada por el deporte pero también por quienes organizan la economía global y forman líderes, es decir, gerentes globales. Soñamos con Mascherano presidente y con el Hombre Nuevo de la Argentina Potencia, una evolución del nativo que se viene revolcando vergonzosamente en la viveza criolla, y nos preguntamos con remordimiento si nos merecíamos a Mascherano. ¿Recuerdan los memes de Súper Mascherano y la literatura que desencadenó?: “Le das un rifle y te recupera las Malvinas”, “Masche depositó dólares y recibió dólares”, “Masche va al súper chino y paga con caramelos”, “Masche va a negociar con los fondos buitres y trae vuelto”...
Desde mucho antes de abortar el ataque de Robben, Masche ya era dueño de Lofer (radicada en Miami) y Anadyr Overseas, inscripta en el archipiélago de Madeiras, una “jurisdicción de conveniencia” de Portugal. Era el único accionista y administrador de esta empresa que compró en 2010 y se olvidó de tributar 1,5 millones de euros a España por derechos de imagen en 2011 y 2012, justamente aquellos años en los que los españoles se fueron a la lona arrastrados por la crisis, la desocupación y el desastre de las hipotecas que desembocó en unos cuantos suicidios.
En un juzgado de Barcelona, Mascherano se declaró culpable, pagó 1,7 millones de euros y empequeñeció el daño que el Estado español podría haberle hecho a su patrimonio, mientras que el daño a su imagen ya fue autoinfligido con gran éxito.
¿Por qué un deportista multimillonario, que supo construir y mantener una imagen de santidad pudo ser capaz de armar con toda conciencia un plan sistemático para evadir impuestos? ¿Por qué no ceder lo que sobra, lo que no se necesita?
En realidad, la pregunta acertada es: ¿por qué no? El hecho es tan decepcionante como si mañana descubriéramos que el Papa compra cocaína con la caja chica del Vaticano. Decepcionante pero totalmente comprensible, porque la contradicción es la experiencia humana más ordinaria. Hay escenarios visibles e invisibles. El visible es, razonablemente, un escenario moral, allí donde demostramos nuestro apego al bien, nos cuidamos de obedecer impulsos políticamente incorrectos y le sacamos la pelota del buche a Robben. Pero es en el invisible, en el escenario de la intimidad y quizás de la perversión, donde se expande la incorrección que hay en nosotros. Y para el delincuente burgués, que no necesita robar a mano armada, la evasión de impuestos ha sido siempre el hurto perfecto.
Luego hay otro asunto, que es el de la pasión enfermiza por el mérito propio. Por lo general las personas que ganan mucho dinero consideran su éxito como un producto exclusivamente salido de su esfuerzo o genialidad personal y les cuesta admitir que están obligados a contribuir al conjunto. Se sienten claveles del aire desconectados del ambiente, la cultura y la economía en la que florecen como plantas carnívoras. De cualquier modo, para no achacarle sólo a Mascherano una conducta que por ahora no deberíamos llamar argentina, que levante la mano el que nunca llamó a su contador para ver qué atajo se puede tomar a la hora de pagar las tasas.
En 2013 y 2014, Mascherano cumplió con sus obligaciones tributarias. Entre el momento de la evasión y el mea culpa debió haber, sin duda, algunas reflexiones inspiradas en la persecución del fisco español a Messi, que se reveló en 2013. Al revés de ese poema bastante malo de Martin Niemoller atribuido a Bertolt Brecht, donde “el que no es comunista no se preocupa cuando los nazis van a buscar al comunista”, Mascherano se preocupó recién cuando la oficina de impuestos española fue a buscar a un crack evasor; él también era un crack evasor.
*Escritor.