Habla como si las palabras se atropellaran unas a otras y con el léxico propio de un político que lleva años moviéndose en esas arenas. Laureano, hijo de Rafael Bielsa, tiene 23 años e intentará ser elegido comunero del Frente para la Victoria por Recoleta en julio próximo.
Y aclara: “La política fue una constante en mi familia, y dicen que cuando es así, uno la ama o la odia. En mi caso, me fue intrascendente hasta los 18 años. De hecho, cursé la secundaria en el Nacional de Buenos Aires, que siempre estuvo muy politizado, y nunca me había llamado la atención. Quizás justamente porque ese espacio donde se hacía política no me seducía, eran experiencias de izquierda trotskista. Tampoco me agradaban las manifestaciones que me tocó vivir por mi familia. Recién me interesé el día que me enteré de que se había muerto Néstor Kirchner.
—¿Tu papá te influenció?
—Es muy difícil disociar lo que me transmitió mi papá. Indudablemente es una inspiración y fuente de consulta, pero no fue lo único. También me influyó tener buenos responsables políticos. Además, mi viejo nunca me sentó y me dijo que tenía que hacer política y ser peronista. Creo que hizo un esfuerzo para que descubriera mi propio camino.
—¿De chico lo acompañabas a los actos?
—Sí, era un código familiar. Era horrible, gente gritando, transpirando… pero nosotros éramos soldados. Era nuestra forma de estar con él. Y ahora me siento súper bancado por mi familia.
—¿Hablan de política?
—Sí, internacional no, la del día a día; nos tocaron épocas distintas y cada uno hizo un camino diferente, con otras lógicas.
—¿Discuten?
—No. Me llevo excelente y está muy agradecido y orgulloso de poder compartir charlas políticas conmigo y verme contento.
—¿Qué más comparten?
—Miramos pelis, muchas series, y comemos. Siempre fuimos muy compinches. Mis viejos están separados desde que tenía 4 años y siempre se llevaron muy bien, así que la semana la pasábamos con mamá y el finde con papá. El siempre fue más laxo y extremadamente rutinario: los sábados a la mañana se iba al gimnasio y nos llevaba a mi hermano Hilario y a mí. ¡No había nadie! Y como nos aburríamos, jugábamos con todo lo que había; él no decía nada. Eran juegos más violentos que los que nos permitía mamá.
—¿Van de vacaciones?
—Sí, y nos divertimos mucho también. Este año fuimos a Río de Janeiro, pero él es tan rutinario que estuve dos días para convencerlo de modificar su circuito diario de caminata de 20 kilómetros para ir al Cristo Redentor. Es muy metódico. Toda la vida fue a Cuba y no salía de La Habana. Yo soy curioso, me encanta vivir cosas nuevas. En eso soy su antítesis.
—¿En qué son iguales?
—En lo calentones. Cuando me salta la térmica... no puedo ser indiferente a lo que creo injusto. Eso me lo trasmitió él.
—¿Qué cosas evita tu papá?
—Las fiestas. Nunca se queda más de treinta minutos en un lugar con mucha gente. Tampoco le gusta que le saquen fotos, ni verse en ellas. Cuando se casó con su segunda mujer, Mapi (Andrea), ella puso portarretratos de ellos por toda la casa y él los tapaba con medias. Después llegaron a un
acuerdo y, ante la insistencia, cedió.
—¿También pudiste ser futbolista como tu tío Marcelo?
—En casa siempre hubo mucho fútbol, pero yo no lo juego ni en la Play. Soy malo.
—¿Hablás con tu tío?
—No mucho, vive lejos. Pero es el tío más amoroso. Nada que ver con lo de “Loco” aunque él no funciona como el resto de la gente. Tiene inventariados los regalos que le hicieron en un container porque dice que es la única manera de no olvidarse de esas personas para agradecerles. Y, al igual que a mí, le gusta el box, así que cada tanto hablamos de eso.