En el diseño del cuerpo intervienen sutiles "bisagras" de movimiento llamadas articulaciones, que funcionan como unión entre los huesos haciendo posible -gracias a su cubierta de cartílafo y al fluído viscoso que la rodea, llamado líquido sinovial- la amortiguación durante la marcha, al sentarse sostener un objeto o correr. O sea, habilitan cualquier movimiento que quiere hacer.
Con los años, por el exceso de esfuerzo, los cartílagos pueden desgastarse, dando lugar a dolorosas alteraciones de la articulación, como ocurre con la artrosis. Los síntomas de estas alteraciones articulares son: dolor, fricción, hinchazón y pérdida de la movilidad.
"No es necesario esperar a estas consecuencias", previene Ruth Nejter, pedagoga, eutonista y terapeuta corporal. "Hay que estar en una escucha sensible, en esa conciencia de hasta dónde me puedo mover. No es lo mismo elongar que hiperelongar; no es lo mismo ejercitar mecánicamente un movimiento, que tener conciencia de él", agrega.
"Por el contrario, la falta de movimiento, como la pasividad, generan artrosis porque impide lubricación en la articulación", concluye la terapeuta, quien propone encarar desde temprana edad la toma de conciencia del uso de la fuerza en cualquier actividad.
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