El rito de iniciación más absurdo de la especie es bancarse que uno se hizo viejo. Es un telegrama que avisa que ya está listo el tobogán. Y sí, llega un instante de la vida en que la edad te hace polvo. Dicho de modo sutil: "del girasol se fuga el amarillo". Dicho de modo fatal: se acabó lo que se daba. Quedan semillas, sí. Pero la gran flor móvil entra a retrasar, se distancia de los asuntos del día, cambia de turno y se hace giraluna. El halconero Trotsky lo descubre cuando de paso por Madrid (va huyendo del zapín de Stalin que lo espera en México) se mira en el espejo y toda su épica se le viene abajo. Lo asalta una idea que nunca pensó. Y escribe:"El momento más grave de la vida es cuando uno se da cuenta que ha empezado a envejecer". Es el pensamiento estocada más filoso jamás pensado.
Y como "A cada chancho le toca su San Martín" (nada que ver con Don José, sino con el día del santoral en el que en España inician la degollina del cerdo), también a mí el padre Tiempo me acaba de enganchar de los garrones. O de las rodillas, que es por donde gusta entrar la vejez. Que advirtiese esta catástrofe recién a los 80 se debe a una malformación genética. De chico me sentía viejo. Era frágil, tímido, huidizo. Parecido a como empiezo a sentirme ahora. Pero no siempre fue como en estas dos puntas de la vida. Desde los 20, hasta que trompetearon los 80, me deslicé por los años atemporal, juvenil, impune. Gravísimo disparate etario (vocablo horrible, pero así se dice) por donde se lo mire. Pero ya está. Tener conciencia del patinazo exige que me esmere a full en el tiempo que aún me quede. Sería imbécil dedicar lo poco que resta a lo menor que pasa. Lo justo es atender algo más mi persona y no enturbiar el tramo final de mi biografía amargado por las infamias de la troupe reinante.
¿Perder segundos en traducir la insolente sintaxis presidencial? ¿Imaginar que cosa trama el diputrucho que siendo Harpagón se hace pasar por Perón? ¿Ponerme a criticar la carcajada fría de Rossi? ¿El autismo de Scioli? ¿El rateril ascenso de Capitanich? ¿Las desorbitadas pulsiones judiciales de Hebe de Bonafini? ¿La vergüenza de ciertos intelectuales que ahora no saben como apearse de la Revolución K? ¿El Almacén de Ramos Generales al que algunos denominan "la Oposición? Entre esta joven actualidad y la vetusta historia que arrastro prefiero aferrarme al mástil como Ulises y atender los sí serios desajustes de mi política interior. Y en este sentido la Semana resultó más que histórica para mi ego: por primera vez en mi vida pedí turno para ser inspeccionado por un gerontólogo. Un abordaje táctil, verbal, sin vuelta de hoja. Y vaya que son gentiles a veces los dioses: quien se ocupará de sostener mi decadencia será ¡una gerontóloga! Este dato me tranquiliza. Las mujeres son las que mejor trato me han dado en la vida. (Prueba de ello es que nunca necesité buscar un hombre que me comprendiera).
¿Que por qué iré a la doctora de viejitos? Pues para que me enseñe a pisar con más cuidado el planeta. De aquí en más deberé reirme más de lo que me pasa y nos pasa. Para ello mantendré a Zorba lo más cerca que pueda. Quizás la vejez termine siendo una catástrofe, "Pero ¡qué bella catástrofe es!", me dirá. Al menos, por ahora, me asiste sin problemas. Acabo de corregir tres originales y hay otros textos de ficción en camino de imprenta. ¿Si aprendí mucho como periodista? Sí, lo principal. Que Noticia es aquello que el Poder no quiere que sepamos.
(*) Especial para Perfil.com