SOCIEDAD
Recuerdos

Aquellas hamacas de la plaza de Derqui

El lugar que hoy fue escenario de la muerte de una niña desata recuerdos de la infancia. Alguna vez fue testigo de atardeceres aventureros, pero hoy recorre las pantallas de TV como símbolo de la Argentina negligente.

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Cierro los ojos y puedo retroceder 20 años, o más. Y allí estoy, tan chiquito como ella, jugando en esa plaza, que hoy a pesar de ser un lugar de juegos y diversiones, es la plaza del horror que recorre las pantallas de esta Argentina siempre negligente.

Un travesaño que se llevó la vida de una nena de sólo 7 años, fue el testigo de mis atardeceres más aventureros. Esas hamacas que se quedaron con las últimas sonrisas y mariposas en el estómago de la pequeña, y esos mareos que suelen aparecer cuando uno toma velocidad y altura, presenciaron mis mejores anécdotas. Cada rincón de esa plaza era un mundo por descubrir, un tesoro por encontrar.

En aquel entonces, el ruido chilloso de las cadenas oxidadas sólo me llamaba la atención por su rítmica perfecta, producida por mi balanceo frenético, y no era para mí preocupación alguna que se cayera o lastimara a alguien, a lo sumo me preocupaba llegar más alto que el que estaba en la hamaca de al lado, pero nunca -de ninguna manera- el terrible velo de la muerte se hacia presente en mis pensamientos de niño libre con la cara al viento, esperando el momento exacto cuando el estómago me vibraba por el envión logrado.

Hoy, ya padre, cuando veo a mi hijo subirse a una hamaca desvencijada o de cadenas oxidadas, ese perfecto recuerdo se ha convertido en un calor frío que me recorre la espalda cada vez que él se inclina mirando el cielo con los pies hacia delante para lograr la altura deseada.

Hace demasiado tiempo que no vuelvo a la plaza, hoy fatídica. Lamentablemente, después de esta muerte absurda, no logro recordar aquella felicidad, sólo siento repudio por los responsables de que mi hamaca no estuviera en condiciones. Ellos, alejados de sus responsabilidades, juegan como niños con la vida de nuestros hijos, despojándolos de sus merecidas mariposas estomacales y sus sonrisas de dientes de leche.

Mi plaza no es la única que está en condiciones deplorables, pero aquí en esta Argentina del “todo pasa” y el “nadie se acuerda”, mañana estaremos hablando de otra cosa, mientras ella se sigue hamacando, pero con amargas incógnitas de por qué alguien le robo su futuro.

(*) Diseñador de perfil.com