Muchos de los personajes de mis novelas son madres. Me interesan más las que se equivocan que las que aciertan. Las que dudan. Las que se enojan con la maternidad. Las que se cansan. Incluso las que se hartan. Las que se atreven a decirlo. Las que pueden cuestionar el rol materno sin sentir que eso pone en duda el amor por sus hijos. Las que los aman por sobre todas las cosas. Me interesan las madres no abnegadas. Las madres que no saben. Las que quieren desesperadamente a sus hijos y con la misma desesperación los mandarían a pasar una temporada a la India. O a la China, mejor, que es más lejos. Las que se salen de las casillas. Las que se quieren matar después de que se salen de las casillas. Las culposas. Las políticamente incorrectas. Las que se arrepienten. Las que dejan que sus hijos se pasen a la cama. Las que se preguntan todo el tiempo si hicieron bien. Las que los malcrían. Las que pueden comprender perfectamente a otra mujer que no desea ser madre. Será que son ésas las madres que me interesan. Como señaló Tolstoi en Anna Karenina: “Todas las familias felices se parecen, pero las infelices lo son cada a su manera”. Lo mismo pasa con las madres, mujeres en conflicto, vivas, haciendo las cosas como pueden
*Escritora.