Si ladrón que roba a ladrón tiene cien años de perdón, caco que asalta a famoso cuenta con nuestra solapada y mezquina aprobación. Para buena parte de la sociedad, que las celebridades sean alcanzadas por delincuentes comunes viene a sea algo así como una desgracia con suerte; oportunidad de hacer catarsis que, aunque no se festeja abiertamente, se celebra puertas adentro.
¿Por qué alegra la desgracia ajena? En Argentina, la inseguridad ya es epidemia. Mientras que en tiempos normales el asalto a un famoso podría disparar miedos del tipo: "Si le pasa a él, también me puede pasar a mí", en plena guerra es una oportunidad más de poner el tema sobre el tapete.
Que los ladrones enfoquen hacia el lado de los intocables no deja de ser un acto "democrático" (el día que apunten a los políticos se reciben de héroes), la confirmación de que somos todos iguales ante la ley.
¿Mal de muchos consuelo de tontos? Puede ser. Pero tontos desesperados, de esos a los que no se puede culpar por sus malos sentimientos.
Además, dada a promocionar causas más glamorosas, de escaso compromiso y relativa urgencia para la desangelada comunidad que la encumbró (pieles, animales en peligro, tala de árboles, etc.), la farándula local habita un olimpo del que se resiste a bajar, y hasta es difícil que hable con sinceridad de lo que le pasó.
(*) Filósofo y publicista.