SOCIEDAD
Emotivo

Conmovedora carta del médico que trató a Brian después del disparo

Enrique Rotemberg compartió en su perfil de Facebook unas sentidas palabras tras el asesinato del menor.

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Brian Aguinaco | cedoc

Enrique Rotemberg, el médico que atendió a Brian Aguinaco, el adolescente de 14 años baleado por motochorros en Flores en la previa de la Nochebuena en el Hospital Piñeiro, escribió unas sentidas palabras en redes sociales para describir lo ocurrido cuando intentó salvarle la vida: "Sentimos el mazazo de una criatura que se nos está muriendo al lado nuestro", sentenció.

"Brian, finalmente, es trasladado al Hospital Gutiérrez, donde continuará su lucha por vivir... y nosotros pidiendo por otro milagro de Navidad...", recuerda en la misiva. El menor falleció en ese nosocomio pocas horas después.

El texto completo

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Un rosario de gotas de sangre marcaban el camino desde el automóvil que lo trasladó hasta el shock room. Inmediatamente, un manojo de médicos y paramédicos rodeó la camilla donde depositaron al chico inconsciente y bañado en rojo. Su herida en el cuello era una canilla de sangre que apagaba su vida, buscar venas en sus miembros para tratar de compensar la volemia mientras se solicitaba a hemoterapia unidades de sangre en forma urgente...

Estamos preparados para enfrentar la muerte a cada instante, los años de guardia nos van poniendo duchos en estos menesteres de lidiar en esa línea imperceptible que separa la vida de la muerte, pero cuando el paciente es un menor la descarga de adrenalina es mayor y todos sentimos el mazazo de una criatura que se nos está muriendo al lado nuestro.

Cirujanos, clínicos, traumatólogos, técnicos, enfermeros, instrumentadoras tratando de colaborar ante la situación extrema que interrumpe la tranquilidad de la tarde, en la vigilia de la llegada de la Navidad. El hospital está saturado de internados, la guardia completa, hasta el quirófano está ocupado por un paciente por falta de cama en terapia intensiva.

La escena se desarrolla en el shock room. Sobre la camilla en que se depositó al paciente en el momento de recibirlo, el cirujano se calza los guantes, los anestesistas hacen su tarea, el paciente es intubado y respirado, de repente el paro cardíaco: accionan las manos que con su masaje vuelven el automatismo al corazón. Llega el hemoterapista con la sangre, el bisturí amplía la herida del fatal proyectil, el paciente sigue perdiendo sangre, comprimen la zona para disminuir la hemorragia, la carótida está lesionada, se la repara, pero sigue sangrando, la yugular está lesionada, se la repara, pero sigue sangrando, la arteria vertebral también está dañada, se la repara. El proyectil en su destructiva carrera lesiona una vértebra, que también sangra, se la trata. Y luego de una lucha que no tomó más de una hora y media llega el momento de la relajación, de la calma, de la satisfacción por la tarea cumplida y de una oración dicha en silencio por cada uno de nosotros pidiendo por la vida Brian. Es que no pensamos en él durante la acción, fue tan apabullante que nos olvidamos por esa hora del señor...

El cirujano se seca la transpiración y abandona el shock room con su ambo teñido de rojo. Sus asistentes lo siguen. Yo lo miro y admiro por su desempeño, por su manejo de la impronta. La lucha continúa, la hemorragia ha sido contenida, los parámetros del paciente se mantienen, la situación tiende a normalizarse, algunos salen al exterior a saborear un cigarrillo, otros van en busca de algo fresco al estar de los médicos, las frecuencias cardíacas de los participantes tienden a normalizarse, se programan los pasos a seguir. Brian, finalmente, es trasladado al Hospital Gutiérrez, donde continuará su lucha por vivir... y nosotros pidiendo por otro milagro de Navidad...