SOCIEDAD
Un mal de la posmodernidad: la ortorexia

Cuando comer sano se convierte en una enfermedad

Algunos comen sólo granos. Otros, sólo verduras crudas ono ingieren alimentos que no sea amarillo. Ellos dicen que cuidan su salud, pero se parece más a un desorden alimenticio. THE GUARDIAN.

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Los orthorxicos se obsesionan por comer solamente los alimentos ms "puros", de acuerdo a una sistema de reglas que ellos mismos construyen. |
Londres, The Guardian - Cuando le pregunté a Janet Hackney cuándo había sido la última vez que salió a comer afuera, me encontré con un largo silencio.

“Debe haber sido hace cinco años”, me dijo. “En el cumpleaños número 70 de mi mamá. Fuimos con un grupo de gente a un restaurante donde los dueños me conocen y me aseguraron que iba a poder comer lo que quisiera, cocinado exactamente como quisiera. Pero eso no me pasa muy seguido, así que no salgo mucho. Es triste como te arruina la vida social”.

Para Hackney, la obsesión con comer sólo algunos alimentos, cocinados de una forma específica, comenzó hace más de tres décadas. Mide poco más de un metro y medio, pesa sólo 35 kilos y le diagnosticaron anorexia hace mucho tiempo: ella admite que come una dieta anoréxica (y tiene a la osteoporosis y a los dolores de pecho para probarlo), pero sostiene que el desorden alimenticio que sufre nunca tuvo que ver con estar flaca.

En cambio, insiste, sus obsesiones con la comida están relacionadas con su búsqueda de una dieta sana, con su obsesión con darle a su cuerpo sólo alimentos que son buenos, nutritivos y “puros”. Por lo tanto, dice, el desorden se explica mucho mejor con una etiqueta diferente: ortorexia nervosa.

Del griego “ortho” (que significa “correcto” o “verdadero”), el término fue utilizado por primera vez por un médico californiano, Steve Bratman, en 1997, para describir a la “fijación con comer bien”.

Se refiere a las personas que, aunque no se impongan limitaciones tan extremas como Hackney, se obsesionan con comer sano, se preocupan por la calidad y no la cantidad, y refinan y restringen sus dietas de acuerdo a sus propias reglas con respecto a qué alimentos son realmente puros.

Los alimentos que contienen pesticidas, herbicidas o aditivos artificiales son generalmente descartados, aunque los regímenes pueden variar significativamente de persona a persona.

Algunos ortoréxicos comen solamente verduras crudas, otros sólo frutas, otros no comen huevos o leche. Bratman se encontró con varios casos extremos, entre ellos una mujer que sólo comía alimentos amarillos.

Para Hackney, la obsesión comenzó a los 10 años, cuando eliminó de su dieta a todos los peores alimentos procesados como el chocolate o las papas fritas. Poco después, dejó de comer grasas. A esto le siguió la exclusión de los carbohidratos y luego de las proteínas, con lo que en la actualidad está confinada a comer, básicamente, pollo, pavo, yogur bajas calorías y queso magro.

En un esfuerzo por engordar, come muy de vez en cuando un poco de manteca con la comida pero le da asco tenerla en su propia heladera. “Sólo pensar en que tengo manteca en la heladera me hace sentir sucia y horrible. Entonces se los doy a mi mamá y ella me la trae de vez en cuando”.

Aunque la orthorexia pocas veces causa problemas graves de salud, los efectos secundarios que provoca tienen que ver con la exclusión y la alineación social.

Para la mayoría de los orthoréxicos es difícil, cuando no imposible, visitar un restaurante promedio. Se pasan varias horas por día pensando y hablando de comida, haciendo menúes, buscando las últimas investigaciones en Internet, visitando granjas orgánicas en busca del producto “perfecto” y preparando, sirviendo y masticando su comida muy despacio.

Un ortoréxico con el que me crucé en California no había salido a comer afuera en años y sólo consumía granos: mayoritariamente pochoclo. Otra, estaba tan obsesionada con los alimentos orgánicos que se pasaba horas en un negocio de comida sana discutiendo con los vendedores acerca de cuál de los paquetes estaba hecho con papel orgánico y por lo tanto “no estaba contaminado”.

Pero para colmo de males, parece que estamos viviendo un momento extremadamente ortoréxico. La prensa nos advierte sobre los peligros de comer algunos alimentos (que podrían provocar gripe aviaria, vaca loca o salmonella) e Internet está llena de mensajes contradictorios con respecto a lo que se puede comer y lo que no.

La ansiedad y la confusión que nos provoca saber cómo alimentarnos mejor es enorme, y está en crecimiento. Dietas restrictivas invaden los estantes de las librerías –incluyendo progamas de ayuno y desintoxicación- y el mercado de productos “libres de” creció en un 300 por ciento en los últimos cinco años. En el 2005, las ventas de productos orgánicos también aumentaron un 30 por ciento.

En este medio ambiente, adonde las elecciones de los consumidores de masas se pierden entre un exceso de información, cualquiera que realmente se comprometa a comer sano se encuentra con que una restricción lleva rápidamente a la segunda.

Y es entre esta gente, que algunas particularidades con respecto a la comida se convirtieron en una fuente de fascinación, hasta de admiración. “El compromiso con sistemas extraños a la hora de comer es apoyado por toda un industria y hasta le da un cierto status a la gente que los practica”.

Entonces, por ejemplo en una fiesta, es bastante común que alguien diga que no combina carbohidratos con proteínas, o que no come ningún alimento que contenga la letra R, o que los martes no consume alimentos rojos. Y la gente lo tolera.

David McCandless, un escritor y periodista, escuchó por pimera vez de la existencia de la ortorexia cuando uno de sus amigos lo acusó de sufrirla. “No podía creer lo que contenía mi heladera”, dice. “En ese momento estaba obsesionado con la comida japonesa y comía sólo algunos granos y algunas algas. No había chocolate, ni papas fritas, ni nada normal”.

McCandless no piensa que es orthoréxico pero admite que no conoce a nadie más patológico con respecto a la comida que él mismo. “Constantemente reviso mi dieta. No consumo cafeína, ni lácteos. Soy vegetariano hace 15 años y probablemente nunca vuelva a comer carne. No como soja y acabo de empezar a comer yogur sin grasa otra vez. Tengo muchísimas reglas”, confiesa.

“Mientras que cinco porciones de frutas y verduras en un día resultan adecuadas para una persona promedio, yo intento comer 10. Recientemente volví a comer pescado pero el otro día leí un artículo acerca de un contingente de pescado contaminado y casi tengo un ataque de pánico”, agrega. Se ríe: “Por ahí estoy exagerando un poco”.

Para McCandless el auge de la ortorexia tiene que ver “con que no hay ninguna autoridad que puede decirnos cuáles alimentos son seguros y cuáles no lo son. No hay consenso al respecto”.

Recientemente, la prensa dio a conocer un informe que aseguraba que se estaban investigando las hormonas de la soja –que para muchos era uno de los alimentos más sanos- porque podrían ser perjudiciales para la salud.

Mucha gente, especialmente los vegetarianos, se asustaron. Habían creído que seguían la más sana de las dietas y, de repente, se enteraban que la soja era potencialmente “tóxica”.

No cabe duda: muchos fueron corriendo a tachar a la soja de su -ya de por sí- escueta lista de alimentos permitidos.