Cada familia es un mundo. Un mundo que puede tener reglas propias como es el caso de la familia mendocina que, durante más de veinte años, ocultó una historia espeluznante cargada de incesto y abusos sexuales. Un mundo trastocado, distinto e ilegal, donde “mamá no era mamá”.
Santiago (el nombre es falso para mantener en reserva su identidad), un joven de 20 años muy cercano a la familia, reveló a PERFIL parte de esos secretos familiares en la modesta casa de la calle Patricias Mendocinas, convertida ahora en un lugar de paso obligado para los “extraños” del barrio. Santiago es parte de ese hábitat enfermizo creado por A. Lucero, el hombre de 67 años que supuestamente abusó de su hija y tuvo siete hijos con ella. Por eso no llama la atención que diga que para él no había nada “anormal en esa familia”.
Cuando PERFIL lo sorprende saliendo de la “casa del horror” el chico se presenta como “amigo de la familia”, aunque después se corrige y se autodefine como una suerte de “hijo adoptivo”. Santiago explica que está de paso para “darle de comer a los gatos”, y enseguida se muestra preocupado por la situación que atraviesan “sus hermanos” y “papá y mamá”. Así llama a Lucero y su mujer.
“Yo era uno más”, dice para justificar esa pertenencia familiar, y sin darse cuenta, aporta un dato que resulta revelador: “Los hijos de C. (N. de R.: la mujer abusada por su padre) no le decían abuelo a Lucero. Lo llamaban papá”. Pero no aclara si esto significaba que los chicos sabían que su abuelo era en realidad su padre.
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