El autocultivo es la única herramienta que tiene el usuario de marihuana para acceder al cannabis sin poner en riesgo su vida. Así se aleja del narcotráfico y deja de destinarle parte de su dinero, lo que pone en crisis la economía ilegal. Además, evita consumir lo que le ofrece el mercado negro, cuidando su salud. Pero para cultivar una planta se necesita una semilla.
La semilla de cannabis casi no contiene trazas psicoactivas, por eso la ONU no la incluyó en la lista de sustancias prohibidas. Su comercio es legal en casi toda Europa, Canadá, Japón y Chile, entre otros. Sin embargo, países como Argentina decidieron unilateralmente que su tenencia y comercio se pene como si fuera una droga más.
Ni despenalizar la tenencia de drogas y el autocultivo, ni regular el acceso a la marihuana, aumenta el consumo de ninguna sustancia. Todos los países que dejaron de criminalizar a los usuarios y crearon mecanismos de acceso a la marihuana (como Portugal, España y Holanda) disminuyeron los índices de consumo. Por el contrario, los países que criminalizan el uso y el cultivo registran los mayores niveles.
Cuando a una persona que consume marihuana se le prohíbe cultivarla, se la obliga a acudir a un dealer, que pone a su alcance sustancias nocivas para la salud, cosa que no sucedería de poder tener su propio cannabis. No es la marihuana, sino la prohibición de su autocultivo, la puerta de entrada a otras drogas.
*Director de la revista THC.