El bar-pizzería-restaurante que está en Scalabrini Ortiz y Santa Fe tiene el estilo nuevo rico de los pizza-café con plantas y lámparas dicroicas con que pareció renovarse el mercado gastronómico de la Argentina en los 90. Se trata de la típica esquina de la zona más transitada y “popular” de los barrios más acomodados.
Sucede en Belgrano, en Colegiales, en Recoleta o en otros Palermos: están esos grandes bares con menú todoterreno y multifunción en el cruce de las avenidas principales y entre el ruido y el humo de los colectivos, o están los pequeños restós, cafés o bistrós boutique con sus menúes escritos sobre pizarras con tizas de colores, unas cuadras adentro, entre callecitas coquetas.
Pegado al pizza-café-restaurante de Scalabrini Ortiz y Santa Fe, a metros de la esquina cuyos vecinos siguen llamando “Canning y Santa Fe”, frente a un banco, vivía Alejandro “Pechito” Ferreyra. Hacía 12 años que Pechito vivía allí. O sea, en la calle.
Pechito tenía un colchón, un televisor y un equipo de música con un micrófono. Dormía en el colchón y miraba la tele, gracias a que los vecinos le hicieron una conexión eléctrica y otra al cable. Con el equipo de audio y el micrófono, Pechito armaba un karaoke en la vereda y cantaba para los vecinos. Los ídolos de Pechito eran Alberto Cortez y Nino Bravo, y así nombró a sus perros, que siempre lo acompañaban.
Pechito era un tipo divertido, que hacía reír a la gente. Lo que se dice un personaje. “Vivo en Canning y Santa Fe”, decía, y era rigurosamente cierto. Tan cierto que los vecinos, lejos de considerarlo una amenaza, lo hacían sentir uno más. Por eso tenía consenso absoluto entre los vecinos de la zona. Y eso quedó claro cuando mataron a Pechito.
Porque a Pechito lo mataron. Eso dicen los vecinos. No hay certezas, pero las circunstancias de su muerte son tan confusas que uno podría pensar que sí. Lo cierto es que en la suerte de Pechito, en su maltrato, estuvieron involucradas fuerzas estatales. Pechito desapareció el domingo 8 pasado y así permaneció un día. Los vecinos lo buscaron y las autoridades dijeron que estaba en el Hospital Penna, pero nunca se registró su ingreso allí. Después apareció muy golpeado, en pésimas condiciones. Y enseguida se murió.
La autopsia habló de neumonía, de problemas bronquiales. Pero los vecinos desconfían y piden una segunda autopsia. El jueves, esos vecinos le realizaron un velatorio simbólico a Pechito. Y ahora, donde él vivía hay un altar. Sí, un altar. Si estuviera en el Malba, cualquiera pensaría que es una instalación de arte contemporáneo. Como La difunta Correa, de Antonio Berni. Hay flores, muchas flores. Recortes de diarios, cartas, cigarrillos, una estampita del papa Francisco y otra de San La Muerte.
Una obra perfecta de sincretismo palermitano, de posmodernidad Barrio Norte, de tolerancia recoleta o Recoleta, que es más o menos lo mismo. En la agencia de quiniela que está al lado del altar y ex hogar de Pechito hay un cartel donde dice: “Alejandro, tu cuerpo ya no está, pero tu alma y tu corazón vivirán por siempre”.
La señora que atiende la agencia de quiniela lo llamaba así, “Alejandro”, por su nombre, no “Pechito”. “Era uno más de las 16 mil personas que viven en situación de calle en la Ciudad, pero también era distinto”, dice la mujer. Y agrega: “La gente que vive en la calle en general se oculta, no quiere hacerse ver. El en cambio era extrovertido. Y también muy atento, muy cuidadoso, nunca pedía nada, era solidario, un vecino más”.
“Sí, un vecino más”, coincide una chica, veintipico, auriculares y reproductor de MP3, uñas pintadas de violeta, piercing en el labio, parada frente al ex hogar de Pechito, hoy altar de Pechito. “Siempre barría la vereda, acá nunca estaba sucio. Ultimamente hacía unos autitos de madera muy lindos, muy bien terminados, y los vendía”, sigue la chica. A su lado, una señora, cincuenta y largos, asiente: “Pobre hombre”, dice, “siempre tan atento, si veía que pasaba algo malo alertaba a la gente. Qué horrible lo que le hicieron. Era un vecino más.”
Parece ensayado, como si todos se hubieran puesto de acuerdo. “Un vecino más” es la clave. Con ese password, Pechito entró en el corazón de Palermo Sensible, Palermo Tolerancia, Palermo Caridad o Palermo Algo, Palermo Loquesea. Y hoy logró lo imposible: que sea ése, su Palermo, el que reclame justicia.
Tal vez Pechito haya sido la versión callejera de Angeles Rawson. El crimen en la calle, pero en Palermo. De un pobre, pero en Palermo. No tan mediático como Ángeles, pero tampoco tan anónimo como Kevin Molina, el pibe de 9 años asesinado en la villa de Zavaleta con la complicidad de efectivos de la Prefectura. Un héroe callejero que hace furor en las paredes de Palermo y en los muros de Facebook.
Pechito tenía una ubicación privilegiada, frente a un banco, a metros de la esquina del pizza-café, justo a la salida del subte. La chica del piercing dice que los del pizza-café le daban el desayuno. El encargado del pizza-café dice que no, que a veces, cuando tenía algo de plata, iba a tomar algo, pero pagaba. Que la que le daba plata era la encargada de la agencia de quiniela. La encargada de la agencia de quiniela no quiere decir nada al respecto. Pero cuenta que cuando alguien le llevaba una frazada, Pechito decía: “Ya tengo, camine una cuadra y va a ver mucha gente que la necesita”. Lo mismo con la comida.
En el bar-restaurante de las plantas y las dicroicas hay un ambiente para que jueguen los niños y las niñas, casi un pelotero. Tal vez ese pedacito de vereda en Scalabrini Ortiz casi Santa Fe, frente al banco, al lado del bar-restaurante, haya sido el pelotero de los pordioseros de Palermo Pechito. El lugar que los vecinos le dieron a este linyera leyenda en el barrio y en sus vidas.
Acá los vecinos no se comen ninguna. Acá los vecinos le ponen el pechito a los atropellos. Acá no se jode. Al menos no se jode con la gente de adentro. Y Pechito estaba adentro. Por eso la bronca, por eso el dolor, por eso el reclamo de justicia. Bienvenidos a Pechitópolis.
*Periodista, fundador de la revista Barcelona.