La localía es de River, para respetar el calendario futbolístico. Entonces, quien hará de visitante en Villa Devoto es Antonio Carrizo, donde Amadeo juega de local. La bienvenida es cálida: “¿Qué hacés, atorrante?”, y el posterior abrazo sella códigos bien entendidos por ambos. Chicanas, ternura, momentos compartidos, todo queda sintetizado en ese sincero abrazo.
Con una mirada se dispara una catarata de recuerdos, una sana competencia para ver quién de los dos tiene la memoria más fresca, las imágenes más vívidas, las anécdotas mejor contadas. Carrizo, el locutor, le tira dardos de coté a Carrizo el arquero, quien –como antes– no deja pasar una.
ANTONIO: ¿Sabés que éste nunca le atajó un penal a Valentim?
AMADEO: Sos malo, le paré dos. Me pateó tres penales y le atajé dos, el porcentaje me es favorable.
AN: Diste rebote, te lo pateó de nuevo y se lo atajaste. Fue la noche de la Copa Jorge Newbery. Yo no fui porque Carlos Alonso me llamó porque se remataba un Spilimbergo precioso.
AM: Sos un hombre inteligente, culto y buena persona, lástima que sos hincha de esos bosteros. Si fuiste tan capaz y tan inteligente en todo siendo hincha de Boca, imaginate si fueras de River. Idolatrado al máximo.
La primera vez. Las palabras brotan atolondradas en Amadeo, parsimoniosas y audibles en Antonio. Fluyen los años y, como si fueran mellizos, las historias se cuentan a medias.
AM: El primer reportaje de mi vida me lo hizo éste.
AN: A ver si te acordás. ¿En qué radio?
AM: En Radio Antártida.
AN: A las 12 de la noche. La primera vez que te vi jugar a vos fue un partido contra Huracán: Caserio, Waldino Aguirre, Pedernera. ¿Sabés quién era el avisador del programa? Grapa La Tusquita, y los conductores eran los hermanos D’Agostino.
AM: Sí señor, perdimos 2 a 1.
AN: Abriste la mano y lo empujaste para abajo a Caserio, y entonces Adolfo Pedernera te fue a pelear, porque era medio malevo. ¿Quién fue el primero que te llevó a la tele cuando viniste con la Copa de las Naciones?
AM: Vos.
Superclásicos. Amadeo fue el arquero de River durante 23 años. Antonio es fiel hincha de Boca. Sus corazones palpitaron clásicos cuando no eran tan súper. Memoria viva de tablón y espíritu indemne de futbolista.
AN: Una vez fui a la cancha con el “Pichi” Néstor Fabián. Un muchacho me tomó el pelo, y yo le grité: “Cállese, señora”, porque tenía voz finita, y me olvidé de él. El partido era muy malo, un cero a cero aburrido. En un momento del segundo tiempo, el arquero de River (vos) agarra la pelota y se la pone abajo del brazo como era su costumbre. Fue a hablarle al linesman y la cancha quedó muda; de repente escucho al de la voz finita que grita: “Carrizo, alcahuete como todos los Carrizo”. Me cagó.
—¿Cuál es el primer clásico que recuerdan?
AN: Uno de los primeros fue cuando le pegaste con la pelota en la cabeza a Rosello y gambeteaste a “Pepino” Borello. Ese día fuimos a dar la vuelta olímpica y nos pegaron un peludo tremendo. Año 1954, perdimos 3 a 0.
AM: Sí, con dos goles de Wálter Gómez y uno de Labruna; la gente se la agarró conmigo, y me criticaron porque decían que no era necesario. Pero una vez que salí me la tenía que jugar, no me iba a tirar encima de la pelota como un boludo.
AN: Los tipos como vos no se tienen que terminar nunca porque alegran el fútbol, como el día que Rojitas te robó la gorra y lo corriste por toda la cancha...
AM: (Interrumpe enojado) No lo corrí nada y me quedé en el molde. Después, Marzolini me lo contó: tenían todo preparado para romperme la cábala y ponerme chinchudo.
AN: El día del 3 a 0 llevamos a Cacho Fontana para gozarlo, porque era hincha fana de River. Nos terminó gastando a nosotros. ¡Qué bien jugaste ese día!
AM: Una de esas casualidades.
Próceres. En el tren de los recuerdos en el que viajan, también lo hacen Arsenio Erico, el “Charro” Moreno, Antonio Sastre, Adolfo Pedernera, Alfredo Di Stéfano, Ernesto Grillo, Norberto “Tucho” Méndez, Angelito Labruna, La Máquina de River. Los Sarmiento, San Martín y Belgrano del fútbol, próceres de carne y hueso, amigos y/o compañeros de los dos que, en este precioso vagón, viajan en primera clase.
Entre el recuerdo de aquellos que ya no están y las situaciones que ya no vuelven, pasan los minutos de charla, transcurre la vida. De pronto Amadeo Carrizo, el hombre de ochenta años, toma entre sus manos de gran arquero la derecha de gran locutor de Antonio Carrizo, el hombre de ochenta años, y pregunta afirmando, como en un suspiro:
—¿Viste que tenemos manos de viejo? Yo la tengo con manchitas negras, mi abuela tenía la mano así.
Antonio hace una pausa, le mira los dedos largos y le responde con ternura:
—Ponete crema, Amadeo.