A un mes de haber renunciado a la defensa de Jorge Mangeri –el portero procesado por el homicidio de Angeles Rawson–, Miguel Angel Pierri luce más distendido en su casa de Pilar. Colgó el traje y eligió un atuendo informal para recibir a PERFIL: remera y zapatillas verdes y medias a tono.
El caso Angeles le trajo más problemas que satisfacciones: dice que fue amenazado, que tuvo miedo de ir preso y hasta se fracturó una pierna. Incluso, su vida personal se vio afectada y por primera vez fue insultado en la calle. “Hoy me siento mucho más aliviado”, confiesa en una extensa entrevista con PERFIL.
—¿Qué significó el caso Angeles?
—Lo que parecía ser uno de los tantos homicidios que ocurren en el país, pasó a ser un leading case. Fue una batalla que se libró en los tribunales y en los medios. Y en el que fuimos usados, porque a alguien más poderoso le sirvió para que pasen episodios del país a segundo plano. El caso me dejó un sabor amargo. Caí en una invasión de mi vida privada. Mi hijo Juan detestó y padeció esta causa porque le había robado a su papá.
—¿Por qué decidió involucrarse en el caso?
—Me lo pidió un cliente del estudio. Me conmocionó los posibles momentos que podría haber sufrido Angeles; la historia de Mangeri y el lugar donde encontraron a la víctima. No me olvido más de la visita a la Ceamse. Me desperté muchas noches perturbado con la imagen del piletón donde caía la basura. Soñaba con ella. Terminé involucrado desde lo emocional. Uno está acostumbrado a sentarse frente a la muerte y a dialogar con los cadáveres, pero la exhumación la viví de forma traumática.
—¿Se arrepiente?
—No me arrepiento de haberlo tomado, pero sí de no haber podido balancear lo personal con lo profesional y de la exposición que tuvo mi familia. Yo, que miraba a los psicólogos y a los psiquiatras como unos tipos que le arruinaban la vida a la gente, terminé haciendo terapia. Me sacó de las terribles angustias que pasé. La decisión de despojarme de todo esto también tiene que ver con la terapia. Me di cuenta que llegué a un límite donde mi vida estuvo en riesgo. Hoy me siento más tranquilo y aliviado.
—¿Cómo es la relación con Mangeri?
—De mucho respeto, de reconocimiento afectuosa y de mucho cariño. Guardo su confesión bajo siete llaves. En una entrevista en la que estuvimos solos le dije: “A lo que me contaste le faltan cosas. Acá pasa algo más. Confiá en mí y decime todo”. Levantó la cabeza y me contestó: “Es la verdad”. Esa escena de impotencia me siguió en toda la causa.
—¿No le creyó?
—No es que no le creí, pero en ese relato faltan cosas.
—¿Cree que conoce la verdad?
—Yo sé parte de la verdad. Y convivir con ella es... En otros casos es parte del trabajo del abogado. Conocí al juez que le tocó absolver a OJ Simpson y le pregunté si estaba tranquilo con la sentencia y me dijo que sí, que era lo que le mandaba la ley, pero no podía dejar de reconocer que todas las noches su mujer y su hija lo criticaban. Y si bien él no se dejaba contaminar, hacía frente a esa presión. Bueno, yo sentía eso.
—¿Qué siente cuando le dicen que defendió a un abusador?
—Yo sé que no es abusador.
—¿Qué piensa de Angeles?
—Fue una joven de 16 años, en lo mejor de la vida. A esa edad, pensar en la muerte es casi una utopía. No sé si ella era feliz, vi una chica con muchos sueños, que escribía cosas muy duras.
—¿Cree que la frase de su hijo fue un antes y un después?
—Sin lugar a dudas, fue un quiebre. Muchos me dicen ahora, “¿Viste? tu hijo tenía razón”. Pero Mangeri todavía no fue juzgado. En el libro que estoy escribiendo sobre el caso ya hicimos el juicio oral. No voy a contar cómo termina