Bernardo Neustadt presentó su último libro, Escribir sobre el agua, el 27 de mayo pasado en una de las noches más frías del año frente a unas cuarenta o cincuenta personas. En una plaza, con el rabino Sergio Bergman frente a la sinagoga de la calle Libertad.
Confieso, Bernardo, que no te escuché, estaba distraído pensando en el significado de una situación tan absurda. Cuarenta, tal vez cincuenta personas a las que nos habló con el mismo ánimo que a los millones que nos tenía capturados en las noches de los martes con su Tiempo Nuevo. Cuando éramos una democracia que discutían ideas y del resultado de los debates dependían los acontecimientos. No estaban sus deudores. No hubiera habido espacio suficiente.
A la Argentina se le podría decir dime de qué acusas a Neustadt y te diré de qué padeces. Algún servicio a la religión política de turno siempre hay que hacerle. Y además parece algo valiente. Lo paso por alto, es esa una tarea útil para quienes estén interesados en condenarlo o en redimirlo, o en demostrar a otro cuanto se lo condena y esperar a cambio una medallita al buen detractor. Me parece en cambio que vale la pena subrayar que fue capaz de hacer que su doña Rosa se interesara por los dilemas diarios del país. Esperando demasiado de eso, pero lo hizo. Y descansó poco.
Bernardo, para los pares que no te supieron valorar, hiciste una gran salida. Te fuiste en pleno día del periodista.
* periodista