"¿Es cierto esto?", le dijo, colérico, a su mujer, con unos papeles en las manos. Estaba nervioso, pero casi seguro de la decisión que iba a tomar. El ex senador mendocino, José Genoud, repitió la pregunta, una vez más: "¿Es cierto esto?".
Rosa María Latino: Sí...
Genoud: ¿Sabés lo que va a pasar ahora?
Latino: Sí, nos vamos a separar.
Genoud: No. Me voy a pegar un tiro.
Caminó, fuera de sí, desde el escritorio a su habitación, también ubicada en la planta alta de su chalet del selecto barrio Las Quintas, en la capital mendocina. Tenía los ojos rojos. Siempre había relacionado el suicidio con la dignidad y ese día estaba dispuesto a hacer valer sus principios, como lo había hecho un primer ministro francés acusado de corrupción al que admiraba. Sentía la traición como una daga. Rosa María lo siguió. Forcejearon un poco. Ella lo agarró del cinturón, pero él la empujó. "Rosita, me voy a pegar un tiro, salí. Si tenés una gota de sangre vas a ser incriminada", le dijo con increíble frialdad y se encerró en su habitación. Eran las 22.41, del jueves 26 de septiembre. Hace exactamente un mes.
El hombre que supo ser el segundo funcionario más importante del país durante el gobierno de la Alianza, que se hundió en el lodazal de la política ensuciado por los sobornos del Senado como jefe del bloque radical y el que batalló contra un cáncer demoledor, cayó abatido sobre su cama por el final que menos esperaba.
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