"Esta gorilita de mierda. Sin embargo, ¡cómo la quiero, cómo la quiero!” –la mirada de Tati se nubla por un instante–. Así me abrazaba siempre mi hijo Alejandro, muy escandalizado por mi falta de formación política. Pero ¡es cierto!, yo era gorila. Lo único que sabía de política era que me sentía antiperonista, lo cual resultaba bastante lógico dado que mi padre, un viejo oficial de caballería fallecido en 1961, no lo era. Por lo tanto, en su momento, Perón no lo ascendió. Además, por mi madre soy de la familia Uranga, de Entre Ríos. Imaginate, Raúl Uranga, diputado y luego gobernador de Entre Ríos en la presidencia de Frondizi... Estaba preso continuamente. Entonces, claro, yo era “anti” a más no poder.
Por otra parte, Alejandro desaparece el 17 de junio de 1975 bajo el gobierno de Isabel Perón. Durante mucho tiempo, entonces, para mí el peronismo fue el responsable de todos los males.
Tati es extrovertida, espontánea y sincera. Es uno de los pilares de la Línea Fundadora de Madres de Plaza de Mayo y organizadora, junto con los otros organismos de derechos humanos, de la multitudinaria marcha del viernes pasado. Su grito por la paz emana de su propia historia desgarradora. De ese mismo departamento en el que conversamos salió Alejandro, su hijo, un desaparecido del que nunca más se supo nada.
—Lamentablemente –prosigue Tati–, el costo de mi ignorancia fue muy grande. Lo he aceptado hace rato. No soy gorila. Tampoco soy peronista. Yo no soy nada. Me dediqué en cuerpo y alma a buscar a mi hijo. Su desaparición fue un verdadero corte en mi vida... un corte muy grande. Tuve que dejar amistades, cerrar puertas, bajar ventanas y por eso (y te aseguro que de esto estoy convencida) no me canso de decir que a mí me parió mi hijo. Volví a nacer. Fue realmente Alejandro el que parió a esta Tati Almeida que empezó a buscar, como todas las Madres, a pedir, a investigar, a exigir, por algo que es lo más preciado en la vida de una mujer: el destino de un hijo.
Y sus palabras resuenan en el pequeño departamento de colores alegres, poblado de fotos de familia, de una colección de llaveros (¿buscando siempre abrir alguna puerta?), de almohadones floridos y un balcón con plantas que se abre sobre una calle de Palermo.
—No hay palabras –repite Tati–. Huérfanas, huérfanos. Viudos, viudas. Pero no existe la palabra, ni se va a encontrar, para ilustrar lo que realmente significa la pérdida de un hijo. Es algo visceral que nos hacen a las mujeres... Así es que... bueno –retoma–, me metí en la búsqueda sin saber nada de nada. Por eso los amigos de Alejandro...
—¿Cómo era Alejandro?
—¿Qué te puedo decir? Divino y riquísimo, como son mis tres hijos. Los tres son iguales. Jorge, el mayor, que vive en España y está casado con una catalana y es padre de mellizos de 18 años, y Fabiana, la menor, madre de cuatro varones. Te repito que los tres son amorosamente iguales. Jamás les he hecho sentir a mis hijos que Alejandro, por ser desaparecido, es el más querido pero al agujero que dejó no me lo llena nadie. Fijate que, aún siendo tan joven, tenía una manera especial de conciliar, de pacificar los ánimos. Siempre con una sonrisa –y aquí Tati se emociona nuevamente–. Me dicen que tenía mi misma sonrisa... bueno, era muy tranquilo y, con mucho humor, trataba siempre de zanjar cualquier diferencia. ¡Hacía las cosas con un cariño! Te juro, los amigos siempre me dicen: “Cómo te quería, qué amor te tenía”. Me mimaba. Como era soltero, vivía aquí, conmigo. Mientras te lo digo lo estoy sintiendo... Imaginate, tenía veinte años y, aunque estoy repitiendo las palabras, era la imagen de lo conciliador. En distintas ocasiones, como yo soy divorciada, hubo circunstancias difíciles, discusiones. Alejandro siempre trataba de suavizar las dificultades, apaciguar los ánimos. Y con su sentido del humor, con esas ganas de reírse siempre, hacía las cosas más fáciles para todos. Le gustaba vivir, ¿entendés?
—¿Tenía militancia?
Tati es nuevamente muy sincera:
—Te cuento: mi ignorancia política era tal que recién mucho tiempo después me enteré de que Alejandro militaba en el ERP. Un día vi, en la tabla de planchar, una estrella dibujada con birome y le pregunté: “Che, Ale, ¿por qué dibujaste la estrella judía?”, y él me contestó, asombrado: “Pero, mamá, ¿no sabés que ésta es la estrella del ERP?”. Sí, fui muy ignorante. Hasta el punto que, a través de mis antecedentes familiares, le conseguí un trabajo en el Instituto Geográfico Militar de la avenida Cabildo. Por eso, yo pienso que como el director del Instituto era el general Santiago Omar Riveros, después me dijeron que mandó detener a muchos jóvenes del ERP en aquel año ´75. Se decía que los habían llevado a Campo de Mayo. Intenté también investigar por ese lado pero nunca más supe absolutamente más nada sobre él. Nada, ninguna noticia. Nada.
—¿Ningún sobreviviente lo vio allí?
—Nadie. Pero no soy la única. Hay muchas Madres que están en la misma situación que yo con desapariciones ocurridas después del ´75. Hay algo también que yo siempre aclaro en las charlas que tenemos en distintos ámbitos. Y es que esta palabra que desconocíamos, “desaparecidos” (una palabra que no se usaba), empieza a circular antes de 1976. Sobre todo en los años 1974 y 1975.
—Los años en los que el país es asolado por el horror de la Triple A.
—Totalmente. Lo que ocurre es que no sabíamos de estos grupos que actuaban con total impunidad. De ese período hay 2.000 detenidos-desaparecidos y 3 campos de concentración. El más importante, probablemente, era Campo de Mayo. Según distintos testimonios, habría sido peor que la ESMA. Lo que ocurre allí es que, de Campo de Mayo, hay muy pocos sobrevivientes.
—Y pocos rastros. Recuerdo que la Comisión Nacional sobre Desaparición de Personas (Conadep) tuvo que efectuar allí dos procedimientos pues no solamente los árboles habían crecido en forma tal que dificultaban el reconocimiento del paisaje sino que, de las construcciones en las que se alojaba a los detenidos, sólo quedaban las instalaciones cloacales.
—Bueno, ahora se están intensificando las investigaciones gracias a las declaraciones de los que, en aquel tiempo, eran conscriptos o soldados muy jóvenes. Por esto es importante subrayar que todo avanza en este sentido. Los juicios se mueven y por ello, supongo, se producen las reacciones de los dinosaurios de los que la carta de Bignone es un exponente válido. Ellos han comprendido finalmente que los organismos queremos justicia pero justicia dentro de un campo legal.
—Nunca por mano propia.
—Por supuesto. Jamás lo hemos hecho ni nunca lo vamos a hacer. Es un punto sobre el que venimos insistiendo desde hace años. También hay que reconocer que, en el campo de los derechos humanos, es la primera vez que se los trata como política de Estado. Es la primera vez que somos escuchadas de esta manera por un gobierno. Es una asignatura pendiente que hace a los derechos humanos de nuestros hijos. Es la primera vez que contamos realmente con un espacio. Yo sé que es por nuestra lucha inclaudicable. Desde ya. Pero nunca fuimos escuchadas como hoy. Creo que la anulación de las leyes de perdón y los indultos ahora permiten que se avance con los juicios.
—Sin duda. Pero también estaba reflexionando que, de estos primeros desaparecidos, se ha hablado poco.
—Es cierto y reitero que son alrededor de 2.000. A mí, personalmente, me costó mucho lograr que se hablara de ellos. En un comienzo éramos solamente tres madres las que teníamos hijos desaparecidos en esos años y siempre nos hemos identificado como “las Madres del ´75”. ¡Parecía que antes del ´76 no había ocurrido nada! Pero, bueno, empezamos y recuerdo siempre que Emilio Mignone (fundador del CELS, Centro de Estudios Legales y Sociales) junto con Raúl Alfonsín (entonces miembro de la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos y defensor de presos políticos) confeccionaron una lista con los detenidos de aquel período anterior al 24 de marzo de 1976. Sin embargo, y hablando honestamente, costó un gran esfuerzo. Incluso fue difícil mi incorporación a Madres. Imaginate, ¡con mi familia de militares! Qué antecedentes, ¿no? Un hermano coronel; mi cuñado, oficial de Aeronáutica; un concuñado también militar. Me dije: “¡Van a creer que soy una espía!”. Me costó porque hay que ubicarse en lo que era mi mentalidad entonces. Me habían hablado de unas mujeres que iban a la Plaza de Mayo y yo me decía: “¿Quiénes son?, ¿cómo puedo saber que están reclamando verdaderamente por sus hijos?”. Hay que ubicarse en la Tati Almeida de antes y en el momento que se vivía en el país. Hasta que tomé conciencia. Vos sabés que muchos me preguntaban (ahora ya no lo hacen) ¿qué sentía el 24 de marzo? Y yo, la verdad, y lo digo con todas las letras, pensé que finalmente se iba la gente nefasta de Isabel y que venía, en cambio, gente conocida que me iba a ayudar a saber la verdad. A encontrar a Alejandro. A recuperarlo...
Un pesado silencio cae sobre nosotras. A lo lejos se desata una tormenta que puede epilogar en granizo. Hemos vuelto a sentir la opresión de la ausencia.
—Por eso –prosigue Tati–, el golpe que yo recibí... Mirá, aquel 17 de junio, Alejandro llegó de la calle. Estaba cursando primer año de Medicina y me dijo: “Mirá, mamá, mañana no voy a ir a trabajar porque tengo un parcial. Esperame que ya vuelvo...”. Y salió hacia la calle. No le pregunté adónde iba. Nunca más supe de él.
—¿No sabés dónde lo detuvieron?
—No. Cuando empecé a inquietarme bajé para preguntarles a los porteros de la cuadra si no lo habían visto. Algunos me dijeron que había ido hacia Juncal. Tiempo después supe que en un bar de Scalabrini Ortiz y Santa Fe había habido una razzia terrible, que se habían llevado a todos los que estaban allí. Pero, honestamente, no sé más que eso.
—Cuánta angustia en ese silencio...
—Fue espantoso. Recién en 1985, cuando fuimos con las Madres a la Ciudad Universitaria para invitar a los estudiantes a la marcha contra el Punto Final y la Obediencia Debida, me ocurrió algo maravilloso. Cuando comencé a hablar, me presenté: como siempre, dije mi nombre y de pronto se me acercaron dos muchachos llorando, pálidos de emoción y con frases entrecortadas me dijeron: “Tati, por Alejandro, gracias a tu hijo estamos con vida. El sabía nuestros nombres, nuestras direcciones y murió sin dárselos a nadie. Nosotros pudimos salir del país. Él nos salvó. Mi hija se llama Alejandra en recuerdo de él”.
“Yo vivo en Suecia”, me dijo el otro, “y mi hijo también se llama Alejandro por él”. Imaginate mi emoción. A través de ellos comencé a enterarme de cosas lindas de mi hijo. Por ejemplo, que también entre sus compañeros trataba de apaciguar los ánimos y que les comentaba el gran cariño que sentía por su mamá, por mí. Que les comentaba, con su habitual sentido del humor, mi torpeza política.
Tati se conmueve otra vez pero no llora. Insiste, en cambio, en lo que fue una constante en la marcha del viernes pasado. Un llamamiento a la paz y a la concordia.
—Lo pedimos reiteradamente con Estela Carlotto a través de los medios. Todos los organismos opinaron exactamente lo mismo: en esa marcha tenía que haber un solo motivo, una sola consigna. “Buscamos verdad. Buscamos justicia. Buscamos a Julio". Nuestra convocatoria fue amplísima para todo el espectro político y social pero dejando de lado cualquier tipo de partidismo. Es importante que nos acostumbremos a actuar en paz y tranquilidad. ¡Está la vida de Jorge Julio López de por medio! De él no se sabe nada, nada. Es terriblemente preocupante que haya un desaparecido. Desde ya no es un desaparecido forzoso porque, felizmente, no vivimos dentro de un terrorismo de Estado. Pero ¡es un desaparecido! La familia está desesperada y, si bien albergan la esperanza de que esté en algún lado, no tienen ninguna certeza.
—Sin duda, López es una víctima. No conocemos en qué circunstancia. Pero es una víctima. Por eso, seguramente han chocado tanto las palabras de quien lo descalifica...
—A nosotros, las Madres de Plaza de Mayo Línea Fundadora, jamás se nos ocurriría aquello de que “hay que investigar a la víctima”. Y no solamente en nuestro caso sino a través de mucha gente que se acercó a nuestra Casa; fue general la impresión de que se estaba volviendo a esas fatídicas palabras de “por algo será”.
—Sin duda hay sectores de la sociedad que son violentos, que no entienden el mensaje de ustedes. Observemos también lo que ocurre, por ejemplo, en las canchas de fútbol, en la calle, en el maltrato de las personas a las que no solamente se les roba sino que se las golpea.
—Sí, es muy triste y hay que observar también por qué ocurren estas cosas. Yo reitero, y que quede claro que nuestra lucha es política y no partidista, que estamos apoyando la gestión de este gobierno por muchos motivos. Pero también es cierto que quedan muchas cosas por hacer. Por ejemplo, en la parte social. No hay duda de que se están produciendo mejoras, que se está trabajando en ese sentido pero falta mucho todavía para que la Argentina sea ésa por la cual dieron la vida nuestros hijos. Queda mucho por hacer, repito, pero el país está en camino.
—La memoria es importante para no repetir errores.
—Hay que defender esta democracia y también luchar para saber la verdad. Tenemos derecho a saber dónde están nuestros desaparecidos. Tenemos derecho a enterrarlos, no hemos podido hacer el duelo por ellos. Esto es algo ancestral. Que cada uno pueda enterrar a sus muertos aun cuando, políticamente, no los demos por muertos.
—¿Qué piensa Línea Fundadora que puede haberle ocurrido a Jorge Julio López? Podría ser una venganza de la gente de Etchecolatz? ¿Habría grupos organizados?
—¡Es un abanico tan grande! Se pueden suponer tantas cosas que esto da lugar a muchas especulaciones. No es casual que López haya declarado como lo hizo y luego se haya esfumado. No sabemos dónde está. Pueden darse muchas hipótesis. No te olvides de que todos esos grupos no están totalmente desmantelados y que están allí, acechando. Y acechan porque sienten que les está llegando la Justicia. Que les va a llegar. Esto es, recién, la punta del ovillo. Pero también, y esto es algo muy positivo, todos los testigos que han sido citados para el próximo juicio, que es el de Von Wernich, van a declarar. Ninguno se ha bajado de la lista. Ninguno se ha dejado amedrentar.