No recibieron un Oscar ni caminaron por la alfombra roja. Los protagonistas de esta historia de película, vivieron desde siempre en Magdalena, una ciudad de 18.000 habitantes cercana a La Plata. Cuando supieron que habían acertado los números del sorteo revancha del Quini 6, no fantasearon con un cambio drástico de vida: seguir trabajando, viajar un poco por el país –nada muy lejos–, terminar de ampliar su casa. Pero, al parecer, nadie puede darse ese lujo después de ganar 24 millones de pesos.
Mario Saravia (44) y Estela Maris Díaz (37) pensaron que habían girado la rueda de la fortuna a su favor, que los números 10, 13, 17, 18, 22 y 29 eran su código de ingreso al paraíso. Jamás creyeron que, en realidad, le habían sacado el candado a la puerta del infierno. Y tuvieron que esfumarse, pese a sus deseos. Hacerse humo como los demás ricos súbitos, a los que necesariamente se los traga la tierra.
Los Saravia son oriundos de Magdalena, tienen dos hijas de 19 y 13 años y son abuelos de una nena de año y medio. Estela tiene larga trayectoria como asistente social. Mario entró a trabajar hace dos años a la municipalidad, de la mano del Frente Para la Victoria que hoy gobierna la ciudad. Llevaban una vida simple, esforzada, como la de la mayoría de sus vecinos que trabajan en el campo, las curtiembres, la empresa Nestlé o alguno de los cuatro penales de Magdalena.
Famosos de la noche a la mañana en un pueblo que hasta ese entonces sólo había salido en las noticias por un derrame de petróleo frente a sus costas y por un violento motín en la unidad penal que da trabajo a más de la mitad de sus habitantes, no tuvieron miedo ni reparos en mostrarse.
Posaron para las fotos y aseguraron que no iban a dejar la vida que llevaban desde siempre, en sus trabajos y transcurriendo los días dentro de ese micromundo que delimita la plaza, la iglesia y la municipalidad en el centro.
Pero en la noche del martes, la pareja cayó en la cuenta de su insólito cautiverio. Los 18 millones cash –hechas las deducciones impositivas– tienen una contrapartida dolorosa: el exilio. El mundo exterior no estaba tan dispuesto como ellos a dejarlos seguir viviendo como siempre. Y la imposibilidad de conceder favores por doquier, y el fantasma de la inseguridad apuraron la huida.